Carta del Santo Padre
Francisco sobre el papel de la literatura en la formación, 04.08.2024
1. Al inicio había pensado escribir un título que se refiriera a la
formación sacerdotal, pero luego pensé que, de manera similar, estas cosas
pueden decirse de la formación de todos los agentes de pastoral, así como de
cualquier cristiano. Me refiero a la importancia que tiene la lectura de
novelas y poemas en el camino de la maduración personal.
2. Con frecuencia, entre el aburrimiento de las vacaciones, el calor y
la soledad de los barrios desolados, encontrar un buen libro de lectura llega
a ser como un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien.
Tampoco faltan los momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso,
y cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma,
un buen libro, al menos, nos ayuda a ir sobrellevando la tormenta, hasta que
consigamos tener un poco más de serenidad. Puede ser que esa lectura consiga
abrir en nosotros nuevos espacios de interiorización que eviten que nos
encerremos en esas anómalas ideas obsesivas que nos acechan
irremediablemente. Antes de la llegada omnipresente de los medios de
comunicación, redes sociales, teléfonos móviles y otros dispositivos, la
lectura era una experiencia frecuente, y quienes la han vivido saben de lo
que hablo. No es algo pasado de moda.
3. A diferencia de los medios audiovisuales, donde el contenido en sí
es más completo, y el margen y el tiempo para “enriquecer” la narración o
interpretarla suelen ser reducidos, en la lectura de un libro, el lector es
mucho más activo. En cierta forma él reescribe la obra, la amplía con su
imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños,
su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que
resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir. Una
obra literaria es, pues, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de volver a
hablar de muchas maneras y de producir una síntesis original en cada lector
que encuentra. Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor,
pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia
persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo
personal.
4. Esto me lleva a valorar de modo muy positivo el hecho de que, al
menos en algunos Seminarios, se logre abandonar la obsesión por las pantallas
—y por las venenosas, superficiales y violentas noticias falsas— y se dedique
tiempo a la literatura, a los momentos de lectura serena y libre, a hablar de
esos libros, nuevos o viejos, que tanto nos siguen contando. Pero, en
general, hay que constatar con pesar que, en el proceso formativo de quienes
se preparan al ministerio ordenado, la atención a la literatura no encuentra
actualmente un lugar conveniente. De hecho, ésta se considera a menudo como
una forma de entretenimiento, es decir, como una expresión poco relevante de
la cultura que no pertenece al camino de preparación y, por tanto, a la
experiencia pastoral concreta de los futuros sacerdotes. Salvo pocas
excepciones, la atención a la literatura se considera como algo no esencial.
A este respecto, quisiera afirmar que este enfoque no es bueno. Es el origen
de una forma de grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros
sacerdotes, que se ven así privados de tener un acceso privilegiado al
corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano, a
través de la literatura.
5. Con este mensaje, quisiera proponer un cambio radical acerca de la
atención que debe darse a la literatura en el contexto de la formación de los
candidatos al sacerdocio. A este respecto, me parece muy apropiado lo que
dice un teólogo:
«La literatura [...] surge de la persona en lo que ésta tiene de más
irreductible, en su misterio [...]. Es la vida, que toma conciencia de sí
misma cuando alcanza la plenitud de la expresión, apelando a todos los
recursos del lenguaje».[1]
6. Así pues, la literatura tiene que ver, de un modo u otro, con lo
que cada uno de nosotros busca en la vida, ya que entra en íntima relación
con nuestra existencia concreta, con sus tensiones esenciales, su deseos y
significados.
7. Esto lo aprendí desde joven, con mis estudiantes. Entre el 1964 y
1965, con 28 años, fui profesor de literatura en Santa Fe, en un colegio
jesuita. Enseñaba los dos últimos años de bachillerato y tenía que asegurarme
de que mis alumnos estudiaranEl Cid. Pero a los chicos no les gustaba.
Pedían leer a García Lorca. Así que decidí que estudiaríanEl Ciden
casa, y durante las clases trataría a los autores que más les gustaban a los
chicos. Por supuesto, ellos querían leer obras literarias contemporáneas. Pero
a medida que leían esas cosas que les atraían en ese momento, fueron teniendo
un gusto más general por la literatura, por la poesía, para luego pasar a
otros autores. En definitiva, el corazón sigue buscando, y cada uno encuentra
su propio camino en la literatura.[2]A mí, por ejemplo, me
encantan los artistas trágicos, porque todos podríamos sentir sus obras como
propias, como expresión de nuestros propios dramas. Llorando por el destino
de los personajes, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio
vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad. Por supuesto, no
les pido que lean lo mismo que yo he leído. Cada cual encontrará aquellos
libros que digan algo a su propia vida y se conviertan en verdaderos
compañeros de viaje. No hay nada más contraproducente que leer algo por
obligación, haciendo un esfuerzo considerable sólo porque otros han dicho que
es imprescindible. No, debemos seleccionar nuestras lecturas con
disponibilidad, sorpresa, flexibilidad, dejándonos aconsejar, pero también
con sinceridad, tratando de encontrar lo que necesitamos en cada momento de
nuestra vida.
Fe y cultura
8. Por otra parte, para un creyente que quiera sinceramente entrar en
diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas
concretas, la literatura se hace indispensable. Con razón, el Concilio
Vaticano II afirma que «la literatura y el arte [...] se proponenexpresar
la naturaleza propia del hombre» y «presentar claramente las miserias y
las alegrías de los hombres,sus necesidades y sus capacidades».[3]En
efecto, la literatura se inspira en la cotidianidad de la vida, en sus
pasiones y en sus propias experiencias, como «la acción, el trabajo, el amor,
la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida».[4]
9. ¿Cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas, las antiguas
y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o silenciamos sus símbolos,
mensajes, creaciones y narraciones con los que plasmaron y quisieron revelar
y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más bellos, así como también
sus actos violentos, miedos y pasiones más profundos? ¿Cómo hablar al corazón
de los hombres si ignoramos, relegamos o no valoramos “esas palabras” con las
que quisieron manifestar y, por qué no, revelar el drama de su propio vivir y
sentir a través de novelas y poemas?
10. La misión de la Iglesia ha sabido desplegar toda su belleza,
frescura y novedad en el encuentro con las diversas culturas —muchas veces
gracias a la literatura— en las que ha echado raíces sin miedo a arriesgarse
y a extraer de ellas lo mejor que ha encontrado. Es una actitud que la ha
librado de la tentación de un solipsismo ensordecedor y fundamentalista que
consiste en creer que sólo una específica gramática histórico-cultural tiene
la capacidad de expresar toda la riqueza y profundidad del Evangelio.[5]Muchas
de las profecías catastrofistas que hoy intentan sembrar la desesperanza,
tienen su origen precisamente en este aspecto. El contacto con diferentes
estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá profundizar en la
polifonía de la Revelación, sin reducirla o empobrecerla a las propias
necesidades históricas o a las propias estructuras mentales.
11. No es, pues, casualidad que el cristianismo primitivo, por
ejemplo, haya percibido bien la necesidad de una estrecha confrontación con
la cultura clásica de la época. Un padre de la Iglesia oriental como Basilio
de Cesarea, por ejemplo, en suDiscurso a los jóvenes, escrito entre
los años 370 y 375, que probablemente dirigió a sus sobrinos, ensalzaba la
belleza de la literatura clásica —producida por loséxothen(“los de
fuera”) como él llamaba a los autores paganos— tanto en la argumentación, es
decir, en loslógoi(“discursos”) que se utilizaban en la teología y la
exégesis, como en el propio testimonio de vida, es decir, en lospráxeis(“actos,
comportamientos”) que se debían considerar en la ascética y la moral. Y
concluía exhortando a los jóvenes cristianos a considerar a los clásicos como
unephódion(“viático”) para la propia educación y formación, obteniendo
de ellos “provecho para el alma” (IV, 8-9). Y precisamente de ese encuentro
del acontecimiento cristiano con la cultura de la época surgió una original
reelaboración del anuncio evangélico.
12. Gracias al discernimiento evangélico de la cultura, es posible
reconocer la presencia del Espíritu en la multiforme realidad humana, es
decir, es posible captar la semillayaplantada de la presencia del
Espíritu en los acontecimientos, sensibilidades, deseos y tensiones profundas
de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales. Por
ejemplo, en losHechos de los Apóstoles, donde se menciona la presencia
de Pablo en el Areópago (cf.Hch17,16-34), podemos reconocer un
planteamiento similar. Pablo, hablando de Dios, afirma: «En efecto, en él
vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de
ustedes: “Nosotros somos también de su raza”» (Hch17,28). En este
versículo encontramos dos citas: una indirecta en la primera parte, que cita
al poeta Epiménides (s. VI a.C.), y otra directa, que cita losPhaenomenadel
poeta Arato de Silo (s. III a.C.), que versa sobre las constelaciones y los
signos del buen y mal tiempo. Aquí, «Pablo se revela como “lector” de poesía
y deja intuir su manera de acercarse al texto literario que no puede dejarnos
sin reflexionar sobre un discernimiento evangélico de la cultura. Los
atenienses lo definieron comospermologos, es decir, “cuervo,
parlanchín, charlatán”, pero literalmente “recolector de semillas”. Aquello
que sin duda era un insulto, parece, paradójicamente, una profunda verdad.
Pablo recoge las semillas de la poesía pagana y, superando una actitud
anterior de profunda indignación (cf.Hch17,16), llega a reconocer a
los atenienses como “muy religiosos” y ve en aquellas páginas de su
literatura clásica una verdaderapreparatio evangelica».[6]
13. ¿Qué es lo que hizo Pablo? Él comprendió que «la literatura
descubre los abismos que habitan en el hombre, mientras que la revelación, y
luego la teología, los remontan para mostrar cómo Cristo viene a atravesarlos
e iluminarlos».[7]En la dirección de estos abismos, la literatura
es, pues, una «vía de acceso»[8]que ayuda al pastor a entrar en un
diálogo fecundo con la cultura de su tiempo.
Jamás un Cristo sin carne
14. Antes de profundizar en las razones específicas por las cuales hay
que promover la atención a la literatura en el camino de formación de los
futuros sacerdotes, permítanme hacer alusión a un pensamiento sobre el
contexto religioso actual: «La vuelta a lo sagrado y las búsquedas
espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos. Más que
el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed
de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes
o en un Jesucristo sin carne».[9]Por lo tanto, la urgente tarea de
anunciar el Evangelio en nuestro tiempo requiere de los creyentes y
particularmente de los sacerdotes, el compromiso de que todos puedan
encontrarsecon un Jesucristo hecho carne, hecho hombre, hecho historia.
Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la “carne” de Jesucristo; esa
carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos
que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad, perdón,
indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor.
15. Y es precisamente en este ámbito que una asidua frecuencia de la
literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes
pastorales más sensibles aún a la plena humanidad del Señor Jesús, en la que
se expande plenamente su divinidad, y anunciar el Evangelio de tal modo que
todos, realmente todos, puedan experimentar qué verdadero es lo que dice el
Concilio Vaticano II: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece
en el misterio del Verbo encarnado».[10]Esto no significa el
misterio de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano
concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida.
Un gran bien
16. Desde un punto de vista pragmático, muchos científicos sostienen
que el hábito de la lectura produce efectos muy positivos en la vida de la
persona; la ayuda a adquirir un vocabulario más amplio y, por consiguiente, a
desarrollar diversos aspectos de su inteligencia. También estimula la
imaginación y la creatividad. Al mismo tiempo, esto permite aprender a
expresar los propios relatos de una manera más rica. Además, mejora la
capacidad de concentración, reduce los niveles de deterioro cognitivo, calma
el estrés y la ansiedad.
17. Mejor aún: nos prepara para comprender y, por tanto, para afrontar
las diferentes situaciones que pueden presentarse en la vida. En la lectura
nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en
los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los
desafíos de la vida, o quizás durante la lectura damos consejos a los
personajes que después nos servirán a nosotros mismos.
18. En el intento de seguir animando a la lectura, cito con gusto
algunos textos de autores muy conocidos, que nos enseñan mucho con pocas
palabras.
Las novelas desencadenan en nosotros, «por una hora, todas las dichas
y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en
conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían,
porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas».[11]
«Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo
siendo yo mismo. Como el cielo nocturno del poema griego, veo con miles de
ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Entonces, como en la fe, en el amor, en
acción moral y en conocimiento; me trasciendo a mí mismo, nunca realmente soy
más yo que cuando lo hago».[12]
19. De todos modos, mi intención no es detenerme solamente en este
nivel de utilidad personal, sino reflexionar sobre las razones más decisivas
para despertar el amor por la lectura.
Escuchar la voz de alguien
20. Cuando pienso en la literatura, me viene a la mente lo que el gran
escritor argentino Jorge Luis Borges[13]decía a sus estudiantes:lo
más importante es leer, entrar en contacto directo con la literatura,
sumergirse en el texto vivo que tenemos delante, más que fijarse en las ideas
y en los comentarios críticos. Y Borges explicaba esta idea a sus
estudiantes diciéndoles que quizás al comienzo iban a entender poco de lo que
estaban leyendo, pero que en todo caso habrían escuchado “la voz de alguien”.
Esta es una definición de literatura que me gusta mucho:escuchar la voz de
alguien. Y no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de
otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una
especie de sordera “espiritual”, que incide negativamente también en la
relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuanta
teología o psicología hayamos podido estudiar.
21. Recorriendo este camino, que nos vuelve sensibles al misterio de
los otros, la literatura hace que aprendamos a tocar sus corazones. ¿Cómo no
recordar en este tema las valientes palabras que san Pablo VI dirigió a los
artistas y, por lo tanto, a los escritores, el 7 de mayo de 1964? Decía:
«Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra
colaboración. Pues, como sabéis, nuestro ministerio es el de predicar y hacer
accesible y comprensible, más aún, emotivo, el mundo del espíritu, de lo
invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación que trasvasa el mundo
invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros»[14].
Esta es la cuestión: la tarea de los creyentes, y en particular de los
sacerdotes, es precisamente “tocar” el corazón del ser humano contemporáneo
para que se conmueva y se abra ante el anuncio del Señor Jesús y, en este
esfuerzo, la contribución que la literatura y la poesía pueden ofrecer es de
un valor inigualable.
22. T.S. Eliot, el poeta a quien el espíritu cristiano le debe obras
literarias que han marcado la contemporaneidad, ha definido justamente la
crisis religiosa moderna como una crisis con una “incapacidad emotiva”[15]generalizada.
A la luz de esta lectura de la realidad, hoy el problema de la fe no es en
primera instancia el de creer más o creer menos en las proposiciones
doctrinales. Está más bien relacionado con la incapacidad de muchos para
emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos. Se
plantea aquí, por tanto, la tarea de sanar y enriquecer nuestra sensibilidad.
Por eso, al regresar del Viaje Apostólico en Japón, cuando me preguntaron qué
ha de aprender Occidente de Oriente, respondí:«creo que Occidente carece de
un poco de poesía»[16].
Una forma de ejercicio del discernimiento
23. ¿Qué obtiene entonces el sacerdote de este contacto con la
literatura? ¿Por qué es necesario considerar y promover la lectura de las
grandes obras literarias como un elemento importante de lapaideiasacerdotal?
¿Por qué es importante recuperar e implementar en el itinerario formativo de
los candidatos al sacerdocio la intuición, delineada por el teólogo Karl
Rahner, de una afinidad espiritual profunda entre sacerdote y poeta?[17]
24. Intentemos responder a estos interrogantes escuchando las
consideraciones del teólogo alemán.[18]Las palabras del poeta,
escribe Rahner, son “palabras de anhelo”, son«puertas abiertas a lo infinito,
sin medida. Llaman lo innominado, se alargan a lo inasible. […] La abertura
al infinito que es el arte no puede dar lo infinito, el Infinito». De hecho,
esto es propio de la Palabra de Dios, y —prosigue Rahner— «la palabra poética
llama a la Palabra de Dios».[19]Para los cristianos la Palabra de
Dios y todas las palabras humanas dejan el rastro de una intrínseca nostalgia
de Dios, tendiendo hacia esa Palabra. Se puede decir que la palabra
verdaderamente poética participa analógicamente de la Palabra de Dios, como
nos la presenta de manera sobrecogedora laCarta a los Hebreos(cf.Hb4,12-13).
25. De este modo, Karl Rahner puede establecer un hermoso paralelismo
entre el sacerdote y el poeta: «Sólo ella puede redimir lo que constituye la
última cárcel de las realidades no dichas, la mudez de su referencia a Dios».[20]
26. En la literatura también están en juego cuestiones deforma de
expresióny desentido. Esta representa por tanto una forma deejercicio
de discernimiento, que afina las capacidades sapienciales de escrutinio
interior y exterior del futuro sacerdote. El lugar en el que se abre esta vía
de acceso a la propia verdad es la interioridad del lector, implicado
directamente en el proceso de la lectura. Así, por tanto, se despliega el
escenario del discernimiento espiritual personal, donde no faltarán las
angustias e incluso las crisis. Son numerosas, en efecto, las páginas
literarias que pueden responder a la definición ignaciana de «desolación».
27. «Llamo desolación […] la oscuridad del ánima, turbación en ella,
moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y
tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda
perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor».[21]
28. El dolor o el tedio que se experimentan al leer ciertos textos no
son necesariamente malos o sensaciones inútiles. El mismo Ignacio de Loyola
había notado que en «los que proceden de mal en peor» el buen espíritu actúa
provocando inquietud, agitación, insatisfacción.[22]Esta sería la
aplicación literal de la primera regla ignaciana del discernimiento de
espíritus, reservada a los que «van de pecado mortal en pecado mortal»; en
tales personas el buen espíritu se comporta «punzándoles y remordiéndoles las
conciencias por el sindérese de la razón»[23]para conducirlas al
bien y a la belleza.
29. Se comprende así que el lector no es el destinatario de un mensaje
edificante, sino una persona que está inducida activamente a adentrarse en un
terreno poco seguro, donde los confines entre salvación y perdición no están
definidos y separadosa priori.El ejercicio de la lectura es, entonces,
como un ejercicio de “discernimiento”, gracias al cual el lector está
implicado en primera persona como “sujeto” de lectura y, al mismo tiempo,
como “objeto” de lo que lee. Leyendo una novela o una obra poética, en realidad
el lector vive la experiencia de “ser leído” por las palabras que lee.[24]Así
el lector es semejante a un jugador en el campo; juega y al mismo tiempo el
juego se hace por medio suyo, en el sentido de que él está totalmente
involucrado en lo que realiza.[25]
Atención y digestión
30. En cuanto al contenido, se debe reconocer que la literatura es
como “un telescopio” —según la célebre imagen acuñada por Proust[26]—
enfocado en los seres y en las cosas, imprescindible para concentrarse en “la
gran distancia” que lo cotidiano traza entre nuestra percepción y el conjunto
de la experiencia humana. «La literatura es como un laboratorio fotográfico,
en el que es posible elaborar las imágenes de la vida»,[27]a fin
de que descubran sus delimitaciones y matices. Esto es para lo que “sirve” la
literatura, para “desarrollar” las imágenes de la vida, para preguntarnos
sobre su significado. En pocas palabras, sirve para hacer eficazmenteexperiencia
de vida.
31. A decir verdad, nuestra visión ordinaria del mundo está de algún
modo “reducida” y limitada por la presión que ejercen en nuestro actuar los
propósitos operativos e inmediatos. Incluso el servicio —cultual, pastoral,
caritativo— puede volverse un imperativo que oriente nuestra fuerza y
atención sólo en los objetivos que hay que alcanzar. Sin embargo, como nos
recuerda Jesús en la parábola del sembrador, la semilla necesita caer en un
terreno profundo para madurar fecundamente con el tiempo, sin ser sofocada
por la superficialidad o por las espinas (cf.Mt13,18-23). Así, el
riesgo consiste en caer en un eficientismo que banaliza el discernimiento,
empobrece la sensibilidad y reduce la complejidad. Por eso es necesario y
urgente contrarrestar esta inevitable aceleración y simplificación de nuestra
vida cotidiana, aprendiendo a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar,
a contemplar y a escuchar. Esto es posible cuando una persona se detiene a
leer un libro por el gusto de hacerlo.
32. Es necesario recuperar modos acogedores de relacionarnos con la
realidad, no estratégicos ni orientados directamente a un resultado, en los
que sea posible dejar aflorar el desbordamiento infinito del ser. Distancia,
lentitud y libertad son rasgos de una aproximación a la realidad que
encuentra en la literatura una forma de expresión no exclusiva, sino
privilegiada. En este sentido, la literatura se vuelve un gimnasio en el que
se entrena la mirada para buscar y explorar la verdad de las personas y de
las situaciones como misterio, como una carga de un exceso de sentido, que
sólo puede ser parcialmente manifestada en categorías, en esquemas
explicativos, en dinámicas lineares de causa-efecto y medio-fin.
33. Otra hermosa imagen para hablar del rol de la literatura viene de
la fisiología, del aparato humano y, en particular, del acto de la digestión.
Laruminatiode la vaca es su modelo, como afirmaban el monje Guillaume
de Saint-Thierry, del siglo XI, y el jesuita Jean-Joseph Surin, del siglo
XVII. Este último habla también del “estómago del alma” y el jesuita Michel
De Certeau señaló una verdadera “fisiología de la lectura digestiva”.[28]Efectivamente,
la literatura expresa nuestra presencia en el mundo, lo asimila y lo
“digiere”, captando lo que va más allá de la superficie de la experiencia;
sirve entonces para interpretar la vida, discerniendo sus significados y
tensiones fundamentales.[29]
Ver a través de los ojos de los demás
34. En cuanto a la forma del discurso, pasa lo siguiente: leyendo un
texto literario, nos ponemos en la condición de «ver también por otros ojos»,[30]ampliando
la perspectiva que expande nuestra humanidad. De este modo, se activa en
nosotros el empático poder de la imaginación, que es un vehículo fundamental
para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el
sentimiento de los demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se
comparte, no hay compasión ni misericordia. Leyendo descubrimos que lo que
sentimos no es sólo nuestro, es universal, y de este modo, ni siquiera la
persona más abandonada se siente sola.
35. La diversidad maravillosa del ser humano y la pluralidad
diacrónica y sincrónica de culturas y saberes se configuran en la literatura
con un lenguaje capaz de respetarlas y expresar su variedad, pero, al mismo
tiempo, se traducen en una gramática simbólica del sentido que nos las hace,
no extrañas, sino inteligibles y compartidas. La originalidad de la palabra
literaria está en el hecho de que expresa y transmite la riqueza de la
experiencia sin objetivarla en la representación descriptiva del saber analítico
o en el examen normativo del juicio crítico, sino como contenido del esfuerzo
de la expresión e interpretación que buscan dar sentido a la experiencia en
cuestión.
36. Cuando se lee un relato, gracias a la visión del autor, cada quien
imagina a su modo el llanto de una joven abandonada, la anciana cubriendo el
cuerpo de su nieto dormido, la pasión de un pequeño emprendedor que trata de
salir adelante a pesar de las dificultades, la humillación de quien se siente
criticado por todos, el joven que sueña en una vida miserable y violenta como
única salida al dolor. A medida que identificamos rastros de nuestro mundo
interior en medio de esas historias, nos volvemos más sensibles frente a las
experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos para entrar en lo
profundo de su interior, podemos entender un poco más sus fatigas y deseos,
vemos la realidad con sus ojos y finalmente nos volvemos sus compañeros de
camino. De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e interior del
verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la esposa del
albañil, de la viejita que aún cree que encontrará su príncipe azul. Y esto
lo podemos hacer con empatía y, a veces, con tolerancia y comprensión.
37. Jean Cocteau escribió a Jacques Maritain: «la literatura es
imposible. Es necesario salir de uno a través de la literatura; sólo el amor
y la fe nos permiten salir de nosotros mismos».[31]Pero, ¿en
verdad salimos de nosotros mismos si no arden en el corazón los sufrimientos
y alegrías de los demás? Prefiero pensar que, siendo cristianos, nada que sea
humano nos es indiferente.
38. Asimismo, la literatura no es relativista, porque no nos despoja
de criterios de valor. La representación simbólica del bien y del mal, de lo
verdadero y lo falso, como dimensiones que en la literatura toman forma de
existencias individuales y de acontecimientos históricos colectivos, no
neutraliza el juicio moral, sino que le impide que se vuelva ciego o
superficialmente condenatorio. Jesús nos interpela:«¿Por qué te fijas en la
paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el
tuyo?»(Mt7,3).
39. Y al contemplar la violencia, limitación o fragilidad de los demás
tenemos la posibilidad de reflexionar mejor sobre la nuestra. Al abrir al
lector a una visión amplia de la riqueza y la miseria de la experiencia
humana, la literatura educa su mirada a la lentitud de la comprensión, a la
humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar
la realidad y la condición humana a través del juicio. Es cierto que es
necesario el juicio, pero nunca hay que olvidar su alcance limitado; en
efecto, este nunca debe desembocar en una condena a muerte, en una
eliminación, en la supresión de la humanidad en beneficio de una árida
absolutización de la ley.
40. La mirada de la literatura forma al lector en la
descentralización, en el sentido del límite, en la renuncia al dominio,
cognitivo y crítico, en la experiencia, enseñándole una pobreza que es fuente
de extraordinaria riqueza. Al reconocer la inutilidad y quizá también la
imposibilidad de reducir el misterio del mundo y el ser humano a una
antinómica polaridad de verdadero/falso o justo/injusto, el lector acoge el
deber del juicio no como un instrumento de dominio sino como un impulso hacia
la escucha incesante y como disponibilidad para ponerse en juego en esa
extraordinaria riqueza de la historia debida a la presencia del Espíritu, que
se da también como gracia; es decir, como acontecimiento imprevisible e
incomprensible que no depende de la acción humana, sino que redefine al ser
humano como esperanza de salvación.
El poder espiritual de la literatura
41. Confío en haber puesto de manifiesto, en estas breves reflexiones,
el papel que la literatura puede desarrollar educando el corazón y la mente
del pastor o del futuro pastor en la dirección de un ejercicio libre y
humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del
pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia
sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para
escuchar la Voz a través de tantas voces.
42. En este sentido la literatura ayuda al lector a destruir los
ídolos de los lenguajes autorreferenciales, falsamente autosuficientes,
estáticamente convencionales, que a veces corren el riesgo de contaminar
también el discurso eclesial, aprisionando la libertad de la Palabra. La
palabra literaria pone en movimiento el lenguaje, lo libera y lo purifica; en
definitiva, lo abre a las propias ulteriores posibilidades expresivas y
explorativas, lo hace capaz de albergar la Palabra que se instala en la palabra
humana, no cuando esa se autocomprende como saber ya completo, definitivo y
acabado, sino cuando se convierte en vigilante escucha y espera de Aquel que
viene para “hacer nuevas todas las cosas” (cf.Ap21,5).
43. El poder espiritual de la literatura evoca, por último, la tarea
primordial confiada al hombre por Dios, la labor de “dar nombre” a los seres
y a las cosas (cf.Gn2,19-20). La misión de custodiar la creación,
asignada por Dios a Adán, pasa en primer lugar por el reconocimiento de la
realidad propia y del sentido que tiene la existencia de los otros seres. El
sacerdote también está investido de este papel originario de “poner nombre”,
de dar sentido, de hacerse instrumento de comunión entre la creación y la
Palabra hecha carne, y del poder de iluminación de cualquier aspecto de la
condición humana.
44. De esa manera, la afinidad entre el sacerdote y el poeta se
manifiesta en esta misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la
Palabra divina y la palabra humana, dando vida a un ministerio que se
convierte en servicio pleno de escucha y de compasión, a un carisma que se
hace responsabilidad, a una visión de la verdad y del bien que se abren como
belleza. No podemos renunciar a escuchar las palabras que nos ha dejado el
poeta Paul Celan: «Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible».[32]
Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el
17 de julio del año 2024, décimo segundo de mi Pontificado.
FRANCISCO
[1]R. Latourelle, voz
«Literatura», enR. Latourelle - R. Fisichella,Diccionario de Teología
Fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 830.
[2]Cf. A.Spadaro, «J. M.
Bergoglio, il “maestrillo” creativo. Intervista all’alunno Jorge Milia», enLa
Civiltà Cattolica2014, I, pp. 523-534.
[3]Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past.Gaudium et spes,sobre la Iglesia en el mundo actual,62.
[4]K. Rahner, «Il futuro del
libro religioso», enNuovi saggi II, Roma 1968, 647.
[5]Cf. Exhort. ap.Evangelii
gaudium,117.
[6]A.Spadaro,Svolta di
respiro, Spiritualità della vita contemporanea, Vita e Pensiero, Milán
2010, 101.
[7]R. Latourelle, voz
«Literatura», 832.
[8]Cf.S. Juan Pablo II,Carta
a los artistas(4 abril 1999), 6:AAS91 (1999), 1161.
[9]Exhort. ap.Evangelii
gaudium,89.
[10]Conc. Ecum. Vat.II, Const.
past.Gaudium et spes,22.
[11]M. Proust,Por el camino
de Swann: En busca del tiempo perdido, Verbum, Madrid 2020, 81.
[12]C. S. Lewis,Lettori e
letture. Un esperimento di critica, Vita e Pensiero, Milán 1997, 165.
[13]Cf.J. L. Borges,Borges,Oral,
Emecé, Buenos Aires 1979, 22.
[14]S.PabloVI,Homilía,
Misa de los artistas en la Capilla Sixtina (7 mayo 1964).
[15]T. S. Eliot,The Idea of
a Christian Society, Londres 1946, 30.
[16]Rueda de prensa durante el
vuelo de regreso del Viaje Apostólico a Tailandia y Japón (26 noviembre
2019).
[17]Cf. A.Spadaro,La grazia
della parola.Karl Rahner e la poesia, Jaca Book, Milán 2006.
[18]Cf.K. Rahner, «Sacerdote y
poeta», enEscritos de teologíaIII, Taurus, Madrid 1962, 331-354.
[19]Ibíd., 353,
354.
[20]Ibíd., 338.
[21]S. Ignacio de Loyola,Ejercicios
Espirituales, n. 317.
[22]Cf.ibíd., n. 335.
[23]Ibíd., n.
314.
[24]Cf.K. Rahner, «Sacerdote e
poeta», 336.
[25]Cf. A.Spadaro,La pagina
che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Ares, Milán
2023, 46-47.
[26]M. Proust,En busca del
tiempo perdido. El tiempo recuperado, Verbum, Madrid 2020, 331.
[27]A.Spadaro,La pagina che
illumina, 14.
[28]Cf.M. De Certeau,Il
parlare angelico. Figure per una poetica della lingua (Secoli XVI e XVII),
Olschki, Florencia 1989, 139 ss.
[29]Cf. A.Spadaro,La pagina
che illumina, 16.
[30]C. S. Lewis,Lettori e
letture, 165.
[31]J. Cocteau – J. Maritain,Dialogo
sulla fede, Passigli, Florencia 1988, 56. Cf. A.Spadaro,La pagina che
illumina, 11-12.
[32]P. Celan, ?Microlitos.
Prosa póstuma inédita en español, enRevista occidente, 392 (2014)
139.
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Las palabras del Santo Padre en la oración del Ángelus
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