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MENSAJE
DE SU SANTIDAD
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
57
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2024
Inteligencia artificial y paz
Al
iniciar el año nuevo, tiempo de gracia que el Señor nos da a cada uno de
nosotros, quisiera dirigirme al Pueblo de Dios, a las naciones, a los Jefes de
Estado y de Gobierno, a los Representantes de las distintas religiones y de la
sociedad civil, y a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo para
expresarles mis mejores deseos de paz.
1. El
progreso de la ciencia y de la tecnología como camino hacia la paz
La
Sagrada Escritura atestigua que Dios ha dado a los hombres su Espíritu para que
tengan «habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de
trabajos» (Ex 35,31). La inteligencia es expresión de la dignidad
que nos ha dado el Creador al hacernos a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26)
y nos ha hecho capaces de responder a su amor a través de la libertad y del
conocimiento. La ciencia y la tecnología manifiestan de modo particular esta
cualidad fundamentalmente relacional de la inteligencia humana, ambas son
producto extraordinario de su potencial creativo.
En
la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Concilio Vaticano II ha insistido en esta verdad,
declarando que «siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio
en perfeccionar su vida». [1] Cuando los seres
humanos, «con ayuda de los recursos técnicos», se esfuerzan para que la tierra
«llegue a ser morada digna de toda la familia humana», [2]
actúan según el designio de Dios y cooperan con su voluntad de llevar a
cumplimiento la creación y difundir la paz entre los pueblos. Asimismo, el
progreso de la ciencia y de la técnica, en la medida en que contribuye a un
mejor orden de la sociedad humana y a acrecentar la libertad y la comunión
fraterna, lleva al perfeccionamiento del hombre y a la transformación del
mundo.
Nos
alegramos justamente y agradecemos las extraordinarias conquistas de la ciencia
y de la tecnología, gracias a las cuales se ha podido poner remedio a
innumerables males que afectaban a la vida humana y causaban grandes
sufrimientos. Al mismo tiempo, los progresos técnico-científicos, haciendo
posible el ejercicio de un control sobre la realidad, nunca visto hasta ahora,
están poniendo en las manos del hombre una vasta gama de posibilidades, algunas
de las cuales representan un riesgo para la supervivencia humana y un peligro
para la casa común. [3]
Los
notables progresos de las nuevas tecnologías de la información, especialmente
en la esfera digital, presentan, por tanto, entusiasmantes oportunidades y
graves riesgos, con serias implicaciones para la búsqueda de la justicia y de
la armonía entre los pueblos. Por consiguiente, es necesario plantearse algunas
preguntas urgentes. ¿Cuáles serán las consecuencias, a medio y a largo plazo,
de las nuevas tecnologías digitales? ¿Y qué impacto tendrán sobre la vida de
los individuos y de la sociedad, sobre la estabilidad internacional y sobre la
paz?
2. El
futuro de la inteligencia artificial entre promesas y riesgos
Los
progresos de la informática y el desarrollo de las tecnologías digitales en los
últimos decenios ya han comenzado a producir profundas transformaciones en la
sociedad global y en sus dinámicas. Los nuevos instrumentos digitales están
cambiando el rostro de las comunicaciones, de la administración pública, de la
instrucción, del consumo, de las interacciones personales y de otros
innumerables aspectos de la vida cotidiana.
Además,
las tecnologías que usan un gran número de algoritmos pueden extraer, de los
rastros digitales dejados en internet, datos que permiten controlar los hábitos
mentales y relacionales de las personas con fines comerciales o políticos,
frecuentemente sin que ellos lo sepan, limitándoles el ejercicio consciente de
la libertad de elección. De hecho, en un espacio como la web, caracterizado por
una sobrecarga de información, se puede estructurar el flujo de datos según
criterios de selección no siempre percibidos por el usuario.
Debemos
recordar que la investigación científica y las innovaciones tecnológicas no
están desencarnadas de la realidad ni son «neutrales», [4]
sino que están sujetas a las influencias culturales. En cuanto actividades
plenamente humanas, las direcciones que toman reflejan decisiones condicionadas
por los valores personales, sociales y culturales de cada época. Lo mismo se
diga de los resultados que consiguen. Estas, precisamente en cuanto fruto de
planteamientos específicamente humanos hacia el mundo circunstante, tienen
siempre una dimensión ética, estrictamente ligada a las decisiones de quien
proyecta la experimentación y enfoca la producción hacia objetivos
particulares.
Esto
vale también para las formas de inteligencia artificial, para la cual, hasta
hoy, no existe una definición unívoca en el mundo de la ciencia y de la
tecnología. El término mismo, que ha entrado ya en el lenguaje común, abraza
una variedad de ciencias, teorías y técnicas dirigidas a hacer que las máquinas
reproduzcan o imiten, en su funcionamiento, las capacidades cognitivas de los
seres humanos. Hablar en plural de “formas de inteligencia” puede ayudar a
subrayar sobre todo la brecha infranqueable que existe entre estos sistemas y
la persona humana, por más sorprendentes y potentes que sean. Estos son, a fin
de cuentas, “fragmentarios”, en el sentido de que sólo pueden imitar o reproducir
algunas funciones de la inteligencia humana. El uso del plural pone en
evidencia además que estos dispositivos, muy distintos entre sí, se deben
considerar siempre como “sistemas socio-técnicos”. En efecto, su impacto,
independientemente de la tecnología de base, no sólo depende del proyecto, sino
también de los objetivos y de los intereses del que los posee y del que los
desarrolla, así como de las situaciones en las que se usan.
La
inteligencia artificial, por tanto, debe ser entendida como una galaxia de
realidades distintas y no podemos presumir a priori que su
desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la
paz entre los pueblos. Tal resultado positivo sólo será posible si somos
capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos
fundamentales como «la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad,
la privacidad y la responsabilidad». [5]
No
basta ni siquiera suponer, de parte de quien proyecta algoritmos y tecnologías
digitales, un compromiso de actuar de forma ética y responsable. Es preciso
reforzar o, si es necesario, instituir organismos encargados de examinar las
cuestiones éticas emergentes y de tutelar los derechos de los que utilizan
formas de inteligencia artificial o reciben su influencia. [6]
La
inmensa expansión de la tecnología, por consiguiente, debe ser acompañada, para
su desarrollo, por una adecuada formación en la responsabilidad. La libertad y
la convivencia pacífica están amenazadas cuando los seres humanos ceden a la tentación
del egoísmo, del interés personal, del afán de lucro y de la sed de poder.
Tenemos por ello el deber de ensanchar la mirada y de orientar la búsqueda
técnico-científica hacia la consecución de la paz y del bien común, al servicio
del desarrollo integral del hombre y de la comunidad. [7]
La
dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como
miembros de una única familia humana, deben estar en la base del desarrollo de
las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas
antes de su uso, de modo que el progreso digital pueda realizarse en el respeto
de la justicia y contribuir a la causa de la paz. Los desarrollos tecnológicos
que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que,
por el contrario, agravan las desigualdades y los confictos, no podrán ser
considerados un verdadero progreso. [8]
La
inteligencia artificial será cada vez más importante. Los desafíos que plantea
no son sólo técnicos, sino también antropológicos, educativos, sociales y
políticos. Promete, por ejemplo, un ahorro de esfuerzos, una producción más
eficiente, transportes más ágiles y mercados más dinámicos, además de una
revolución en los procesos de recopilación, organización y verificación de los
datos. Es necesario ser conscientes de las rápidas transformaciones que están
ocurriendo y gestionarlas de modo que se puedan salvaguardar los derechos
humanos fundamentales, respetando las instituciones y las leyes que promueven
el desarrollo humano integral. La inteligencia artificial debería estar al
servicio de un mejor potencial humano y de nuestras más altas aspiraciones, no
en competencia con ellos.
3. La
tecnología del futuro: máquinas que aprenden solas
En
sus múltiples formas la inteligencia artificial, basada en técnicas de
aprendizaje automático (machine learning), aunque se encuentre todavía
en una fase pionera, ya está introduciendo cambios notables en el tejido de las
sociedades, ejercitando una profunda influencia en las culturas, en los
comportamientos sociales y en la construcción de la paz.
Desarrollos
como el machine learning o como el aprendizaje profundo (deep
learning) plantean cuestiones que trascienden los ámbitos de la tecnología
y de la ingeniería y tienen que ver con una comprensión estrictamente conectada
con el significado de la vida humana, los procesos básicos del conocimiento y
la capacidad de la mente de alcanzar la verdad.
La
habilidad de algunos dispositivos para producir textos sintáctica y
semánticamente coherentes, por ejemplo, no es garantía de confiabilidad. Se
dice que pueden “alucinar”, es decir, generar afirmaciones que a primera vista
parecen plausibles, pero que en realidad son infundadas o delatan prejuicios.
Esto crea un serio problema cuando la inteligencia artificial se emplea en
campañas de desinformación que difunden noticias falsas y llevan a una
creciente desconfianza hacia los medios de comunicación. La confidencialidad,
la posesión de datos y la propiedad intelectual son otros ámbitos en los que
las tecnologías en cuestión plantean graves riesgos, a los que se añaden
ulteriores consecuencias negativas unidas a su uso impropio, como la
discriminación, la interferencia en los procesos electorales, la implantación
de una sociedad que vigila y controla a las personas, la exclusión digital y la
intensificación de un individualismo cada vez más desvinculado de la
colectividad. Todos estos factores corren el riesgo de alimentar los conflictos
y de obstaculizar la paz.
4. El
sentido del límite en el paradigma tecnocrático
Nuestro
mundo es demasiado vasto, variado y complejo para poder ser completamente
conocido y clasificado. La mente humana nunca podrá agotar su riqueza, ni
siquiera con la ayuda de los algoritmos más avanzados. Estos, de hecho, no
ofrecen previsiones garantizadas del futuro, sino sólo aproximaciones
estadísticas. No todo puede ser pronosticado, no todo puede ser calculado; al
final «la realidad es superior a la idea» [9] y,
por más prodigiosa que pueda ser nuestra capacidad de cálculo, habrá siempre un
residuo inaccesible que escapa a cualquier intento de cuantificación.
Además,
la gran cantidad de datos analizados por las inteligencias artificiales no es
de por sí garantía de imparcialidad. Cuando los algoritmos extrapolan
informaciones, siempre corren el riesgo de distorsionarlas, reproduciendo las
injusticias y los prejuicios de los ambientes en los que se originan. Cuanto
más veloces y complejos se vuelven, más difícil es comprender porqué han
generado un determinado resultado.
Las
máquinas inteligentes pueden efectuar las tareas que se les asignan cada vez
con mayor eficiencia, pero el fin y el significado de sus operaciones
continuarán siendo determinadas o habilitadas por seres humanos que tienen un
propio universo de valores. El riesgo es que los criterios que están en la base
de ciertas decisiones se vuelvan menos transparentes, que la responsabilidad
decisional se oculte y que los productores puedan eludir la obligación de
actuar por el bien de la comunidad. En cierto sentido, esto es favorecido por el
sistema tecnocrático, que alía la economía con la tecnología y privilegia el
criterio de la eficiencia, tendiendo a ignorar todo aquello que no está
vinculado con sus intereses inmediatos. [10]
Esto
debe hacernos reflexionar sobre el “sentido del límite”, un aspecto a menudo
descuidado en la mentalidad actual, tecnocrática y eficientista, y sin embargo
decisivo para el desarrollo personal y social. El ser humano, en efecto, mortal
por definición, pensando en sobrepasar todo límite gracias a la técnica, corre
el riesgo, en la obsesión de querer controlarlo todo, de perder el control de
sí mismo, y en la búsqueda de una libertad absoluta, de caer en la espiral de
una dictadura tecnológica. Reconocer y aceptar el propio límite de criatura es
para el hombre condición indispensable para conseguir o, mejor, para acoger la
plenitud como un don. En cambio, en el contexto ideológico de un paradigma
tecnocrático, animado por una prometeica presunción de autosuficiencia, las
desigualdades podrían crecer de forma desmesurada, y el conocimiento y la
riqueza acumularse en las manos de unos pocos, con graves riesgos para las
sociedades democráticas y la coexistencia pacífica. [11]
5. Temas
candentes para la ética
En
el futuro, la fiabilidad de quien pide un préstamo, la idoneidad de un
individuo para un trabajo, la posibilidad de reincidencia de un condenado o el
derecho a recibir asilo político o asistencia social podrían ser determinados
por sistemas de inteligencia artificial. La falta de niveles diversificados de
mediación que estos sistemas introducen está particularmente expuesta a formas
de prejuicio y discriminación. Los errores sistémicos pueden multiplicarse
fácilmente, produciendo no sólo injusticias en casos concretos sino también,
por efecto dominó, auténticas formas de desigualdad social.
Además,
con frecuencia las formas de inteligencia artificial parecen capaces de
influenciar las decisiones de los individuos por medio de opciones
predeterminadas asociadas a estímulos y persuasiones, o mediante sistemas de
regulación de las elecciones personales basados en la organización de la
información. Estas formas de manipulación o de control social requieren una
atención y una supervisión precisas, e implican una clara responsabilidad legal
por parte de los productores, de quienes las usan y de las autoridades
gubernamentales.
La
dependencia de procesos automáticos que clasifican a los individuos, por
ejemplo, por medio del uso generalizado de la vigilancia o la adopción de
sistemas de crédito social, también podría tener repercusiones profundas en el
entramado social, estableciendo categorizaciones impropias entre los
ciudadanos. Y estos procesos artificiales de clasificación podrían llevar
incluso a conflictos de poder, no sólo en lo que respecta a destinatarios
virtuales, sino a personas de carne y hueso. El respeto fundamental por la
dignidad humana postula rechazar que la singularidad de la persona sea
identificada con un conjunto de datos. No debemos permitir que los algoritmos
determinen el modo en el que entendemos los derechos humanos, que dejen a un
lado los valores esenciales de la compasión, la misericordia y el perdón o que
eliminen la posibilidad de que un individuo cambie y deje atrás el pasado.
En
este contexto, no podemos dejar de considerar el impacto de las nuevas
tecnologías en el ámbito laboral. Trabajos que en un tiempo eran competencia
exclusiva de la mano de obra humana son rápidamente absorbidos por las
aplicaciones industriales de la inteligencia artificial. También en este caso
se corre el riesgo sustancial de un beneficio desproporcionado para unos pocos
a costa del empobrecimiento de muchos. El respeto de la dignidad de los
trabajadores y la importancia de la ocupación para el bienestar económico de
las personas, las familias y las sociedades, la seguridad de los empleos y la
equidad de los salarios deberían constituir una gran prioridad para la
comunidad internacional, a medida que estas formas de tecnología se van
introduciendo cada vez más en los lugares de trabajo.
6. ¿Transformaremos
las espadas en arados?
En
estos días, mirando el mundo que nos rodea, no podemos eludir las graves
cuestiones éticas vinculadas al sector de los armamentos. La posibilidad de
conducir operaciones militares por medio de sistemas de control remoto ha
llevado a una percepción menor de la devastación que estos han causado y de la
responsabilidad en su uso, contribuyendo a un acercamiento aún más frío y
distante a la inmensa tragedia de la guerra. La búsqueda de las tecnologías
emergentes en el sector de los denominados “sistemas de armas autónomos
letales”, incluido el uso bélico de la inteligencia artificial, es un gran
motivo de preocupación ética. Los sistemas de armas autónomos no podrán ser
nunca sujetos moralmente responsables. La exclusiva capacidad humana de juicio
moral y de decisión ética es más que un complejo conjunto de algoritmos, y
dicha capacidad no puede reducirse a la programación de una máquina que, aun
siendo “inteligente”, no deja de ser siempre una máquina. Por este motivo, es
imperioso garantizar una supervisión humana adecuada, significativa y coherente
de los sistemas de armas.
Tampoco
podemos ignorar la posibilidad de que armas sofisticadas terminen en las manos
equivocadas facilitando, por ejemplo, ataques terroristas o acciones dirigidas
a desestabilizar instituciones de gobierno legítimas. En resumen, realmente lo
último que el mundo necesita es que las nuevas tecnologías contribuyan al
injusto desarrollo del mercado y del comercio de las armas, promoviendo la
locura de la guerra. Si lo hace así, no sólo la inteligencia, sino el mismo
corazón del hombre correrá el riesgo de volverse cada vez más “artificial”. Las
aplicaciones técnicas más avanzadas no deben usarse para facilitar la
resolución violenta de los conflictos, sino para pavimentar los caminos de la
paz.
En
una óptica más positiva, si la inteligencia artificial fuese utilizada para
promover el desarrollo humano integral, podría introducir importantes
innovaciones en la agricultura, la educación y la cultura, un mejoramiento del
nivel de vida de enteras naciones y pueblos, el crecimiento de la fraternidad
humana y de la amistad social. En definitiva, el modo en que la usamos para
incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y
necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad.
Una
mirada humana y el deseo de un futuro mejor para nuestro mundo llevan a la
necesidad de un diálogo interdisciplinar destinado a un desarrollo ético de los
algoritmos — la algorética—, en el que los valores orienten los
itinerarios de las nuevas tecnologías. [12]Las
cuestiones éticas deberían ser tenidas en cuenta desde el inicio de la
investigación, así como en las fases de experimentación, planificación,
distribución y comercialización. Este es el enfoque de la ética de la planificación,
en el que las instituciones educativas y los responsables del proceso
decisional tienen un rol esencial que desempeñar.
7. Desafíos
para la educación
El
desarrollo de una tecnología que respete y esté al servicio de la dignidad
humana tiene claras implicaciones para las instituciones educativas y para el
mundo de la cultura. Al multiplicar las posibilidades de comunicación, las
tecnologías digitales nos han permitido nuevas formas de encuentro. Sin
embargo, continúa siendo necesaria una reflexión permanente sobre el tipo de
relaciones al que nos está llevando. Los jóvenes están creciendo en ambientes
culturales impregnados de la tecnología y esto no puede dejar de cuestionar los
métodos de enseñanza y formación.
La
educación en el uso de formas de inteligencia artificial debería centrarse
sobre todo en promover el pensamiento crítico. Es necesario que los usuarios de
todas las edades, pero sobre todo los jóvenes, desarrollen una capacidad de
discernimiento en el uso de datos y de contenidos obtenidos en la web o
producidos por sistemas de inteligencia artificial. Las escuelas, las
universidades y las sociedades científicas están llamadas a ayudar a los
estudiantes y a los profesionales a hacer propios los aspectos sociales y
éticos del desarrollo y el uso de la tecnología.
La
formación en el uso de nuevos instrumentos de comunicación debería considerar
no sólo la desinformación, las falsas noticias, sino también el inquietante
aumento de «miedos ancestrales que [...] han sabido esconderse y potenciarse detrás
de nuevas tecnologías». [13]Lamentablemente, una
vez más nos encontramos teniendo que combatir “la tentación de hacer una
cultura de muros, de levantar muros para impedir el encuentro con otras
culturas, con otra gente” [14]y el desarrollo de
una coexistencia pacífica y fraterna.
8. Desafíos
para el desarrollo del derecho internacional
El
alcance global de la inteligencia artificial hace evidente que, junto a la
responsabilidad de los estados soberanos de disciplinar internamente su uso,
las organizaciones internacionales pueden desempeñar un rol decisivo en la
consecución de acuerdos multilaterales y en la coordinación de su aplicación y
actuación. [15]A este propósito, exhorto a la
comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional
vinculante, que regule el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial en
sus múltiples formas. Naturalmente, el objetivo de la reglamentación no debería
ser sólo la prevención de las malas prácticas, sino también alentar las mejores
prácticas, estimulando planteamientos nuevos y creativos y facilitando
iniciativas personales y colectivas. [16]
En
definitiva, en la búsqueda de modelos normativos que puedan proporcionar una
guía ética a quienes desarrollan tecnologías digitales, es indispensable
identificar los valores humanos que deberían estar en la base del compromiso de
las sociedades para formular, adoptar y aplicar los marcos legislativos
necesarios. El trabajo de redacción de las orientaciones éticas para la
producción de formas de inteligencia artificial no puede prescindir de la
consideración de cuestiones más profundas, relacionadas con el significado de
la existencia humana, la tutela de los derechos humanos fundamentales y la
búsqueda de la justicia y de la paz. Este proceso de discernimiento ético y
jurídico puede revelarse como una valiosa ocasión para una reflexión compartida
sobre el rol que la tecnología debería tener en nuestra vida personal y
comunitaria y sobre cómo su uso podría contribuir a la creación de un mundo más
justo y humano. Por este motivo, en los debates sobre la reglamentación de la
inteligencia artificial, se debería tener en cuenta la voz de todas las partes
interesadas, incluidos los pobres, los marginados y otros más que a menudo
quedan sin ser escuchados en los procesos decisionales globales.
* * * * *
Espero
que esta reflexión anime a hacer que los progresos en el desarrollo de formas
de inteligencia artificial contribuyan, en última instancia, a la causa de la
fraternidad humana y de la paz. No es responsabilidad de unos pocos, sino de
toda la familia humana. La paz, en efecto, es el fruto de relaciones que
reconocen y acogen al otro en su dignidad inalienable, y de cooperación y
esfuerzo en la búsqueda del desarrollo integral de todas las personas y de todos
los pueblos.
Mi
oración al comienzo del nuevo año es que el rápido desarrollo de formas de
inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias
presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los
conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia
humana. Que los fieles cristianos, los creyentes de distintas religiones y los
hombres y mujeres de buena voluntad puedan colaborar en armonía para aprovechar
las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y
dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico.
Vaticano, 8 de diciembre
de 2023
FRANCISCO
[1] N. 33.
[2] Ibíd., n. 57.
[3] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 104.
[4] Cf. ibíd., 114.
[5] Discurso a los participantes en el
encuentro “Minerva Dialogues” (27 marzo 2023).
[6] Cf. ibíd.
[7] Cf. Mensaje al Presidente Ejecutivo del
“World Economic Forum” en Davos-Klosters (12 enero 2018).
[8] Cf. Carta enc. Laudato si’, 194; Discurso a los participantes en un
Seminario sobre “El bien común en la era digital” (27 septiembre 2019).
[9] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 233.
[10] Cf. Carta. enc. Laudato si’, 54.
[11] Cf. Discurso a los participantes en la
Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (28 febrero 2020).
[12] Cf. ibíd.
[13] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 27.
[14] Cf. ibíd.
[15] Cf. ibíd., 170-175.
[16] Cf. Carta enc. Laudato si’, 177.