Declaración
del Dicasterio para la Doctrina de la Fe "Dignitas infinita sobre la
dignidad humana", 08.04.2024
Declaración Dignitas
infinita sobre la dignidad humana
Presentación
En el
Congreso del 15 de marzo del 2019, la entonces Congregación para la Doctrina de
la Fe decidió iniciar «la redacción de un texto subrayando lo imprescindible
del concepto de dignidad de la persona humana en el seno de la antropología
cristiana e ilustrando el alcance y las implicaciones beneficiosas a nivel
social, político y económico, teniendo en cuenta los últimos desarrollos del
tema en el ámbito académico y sus comprensiones ambivalentes en el contexto
actual». Un primer proyecto a este respecto, elaborado con la ayuda de algunos
expertos durante el año 2019, fue considerado insatisfactorio, en una Consulta
restringida de la Congregación, el 8 de octubre del mismo año.
La Sección
Doctrinal elaboró ex novo otro borrador del texto, basándose
en las aportaciones de diversos expertos. Ese borrador fue presentado y
debatido en una Consulta restringida el 4 de octubre de 2021. En enero de 2022,
el nuevo borrador se presentó a la Sesión Plenaria de la Congregación, durante
la cual los miembros acortaron y simplificaron el texto.
El 6 de
febrero de 2023, el nuevo texto corregido fue evaluado en una Consulta
restringida que propuso algunas modificaciones posteriores. La nueva versión se
sometió a la valoración de las Sesión Ordinaria del Dicasterio (Feria IV) el 3
de mayo de 2023. Los miembros acordaron que el documento, con algunas
modificaciones, podía ser publicado. El Santo Padre aprobó los Deliberata de
esta Feria IV en el curso de la Audiencia concedida a mi el 13 de noviembre de
2023. En esa ocasión me pidió, además, resaltar en el texto algunas temáticas
estrechamente relacionadas con el tema de la dignidad, como por ejemplo el
drama de la pobreza, la situación de los emigrantes, las violencias contra las
mujeres, la trata de personas, la guerra y otros. Para honrar lo mejor posible
esta indicación del Santo Padre, la Sección Doctrinal del Dicasterio dedicó un
Congreso a profundizar en la carta encíclica Fratelli tutti, que
ofrece un análisis original y un estudio en profundidad del tema de la dignidad
humana “más allá de toda circunstancia”.
En una carta
fechada el 2 de febrero de 2024, con vistas a la Feria IV del 28 de febrero
siguiente, se envió a los miembros del Dicasterio un nuevo borrador del texto,
considerablemente modificado, con la siguiente aclaración: «Esta nueva
redacción se hizo necesaria para responder a una petición específica del Santo
Padre. El Santo Padre había pedido explícitamente que se prestara mayor
atención a las graves violaciones de la dignidad humana que se producen
actualmente en nuestro tiempo, en la senda de la encíclica Fratelli
tutti. Así pues, la Sección Doctrinal tomó medidas para reducir la parte
inicial [...] y elaborar con más detalle lo que el Santo Padre había indicado».
La Sesión Ordinaria del Dicasterio, aprobó finalmente el texto de la
actual Declaración el 28 de febrero de 2024. Durante la
Audiencia concedida a mí, junto con el Secretario de la Sección Doctrinal,
Mons. Armando Matteo, el 25 de marzo de 2024, el Santo Padre aprobó esta Declaración y
ordenó su publicación.
La
elaboración del texto, que duró cinco años, nos permite comprender que estamos
ante un documento que, debido a la seriedad y centralidad de la cuestión de la
dignidad en el pensamiento cristiano, necesitó un considerable proceso de
maduración para llegar a la redacción final que hoy publicamos.
En las tres
primeras partes, la Declaración recuerda los principios
fundamentales y los supuestos teóricos para ofrecer importantes aclaraciones
que puedan evitar las frecuentes confusiones que se producen en el uso del
término “dignidad”. En la cuarta parte, presenta algunas situaciones
problemáticas actuales en las que no se reconoce adecuadamente la inmensa e
inalienable dignidad que corresponde a todo ser humano. La denuncia de estas
graves y actuales violaciones de la dignidad humana es un gesto necesario,
porque la Iglesia está profundamente convencida de que no se puede separar la
fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de
una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los
seres humanos.
Esta
dignidad de todos los seres humanos puede, de hecho, entenderse como “infinita”
(dignitas infinita), como afirmó San Juan Pablo II en un encuentro con
personas que sufrían ciertas limitaciones o discapacidades,[1] para
mostrar cómo la dignidad de todos los seres humanos va más allá de todas las
apariencias externas o características de la vida concreta de las personas.
El Papa
Francisco, en la encíclica Fratelli tutti, ha querido subrayar con
particular insistencia que esta dignidad existe “más allá de toda
circunstancia”, invitando a todos a defenderla en cada contexto cultural, en
cada momento de la existencia de una persona, independientemente de cualquier
deficiencia física, psicológica, social o incluso moral. En este sentido,
la Declaración se esfuerza por mostrar que estamos ante una
verdad universal, que todos estamos llamados a reconocer, como condición
fundamental para que nuestras sociedades sean verdaderamente justas, pacíficas,
sanas y, en definitiva, auténticamente humanas.
La lista de
temas elegidos por la Declaración no es, ciertamente,
exhaustiva. Sin embargo, los temas tratados son, precisamente, los que permiten
expresar diversos aspectos de la dignidad humana que pueden estar oscurecidos
en la conciencia de muchas personas hoy en día. Algunos serán fácilmente
compartidos por distintos sectores de nuestras sociedades, otros no tanto. Sin
embargo, todos nos parecen necesarios porque, en su conjunto, ayudan a
reconocer la armonía y la riqueza del pensamiento sobre la dignidad que brota
del Evangelio.
Esta Declaración no
pretende agotar un tema tan rico y decisivo, pero pretende aportar algunos
elementos de reflexión que nos ayudarán a tenerlo presente en el complejo
momento histórico que vivimos para que, en medio de tantas preocupaciones y
angustias, no perdamos el rumbo y nos expongamos a sufrimientos más lacerantes
y profundos.
Víctor
Manuel Card. Fernández
Prefecto
Introducción
1. (Dignitas
infinita) Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su
propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda
circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este
principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la
primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La Iglesia, a la
luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad
ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida
en Cristo Jesús. De esta verdad extrae las razones de su compromiso con los que
son más débiles y menos capacitados, insistiendo siempre «sobre el primado de
la persona humana y la defensa de su dignidad más allá de toda circunstancia».[2]
2. Esta
dignidad ontológica y el valor único y eminente de cada mujer y cada hombre que
existen en este mundo fueron recogidos con autoridad en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948) por la
Asamblea General de las Naciones Unidas.[3] Al conmemorar el 75
aniversario de este Documento, la Iglesia ve la oportunidad de proclamar una
vez más su convicción de que, creado por Dios y redimido por Cristo, todo ser
humano debe ser reconocido y tratado con respeto y amor, precisamente por su
dignidad inalienable. El mencionado aniversario ofrece también a la Iglesia la
oportunidad de aclarar algunos malentendidos que surgen a menudo en torno a la
dignidad humana y de abordar algunas cuestiones concretas, graves y urgentes,
relacionadas con ella.
3. Desde el
principio de su misión, la Iglesia, impulsada por el Evangelio, se ha esforzado
por afirmar la libertad y promover los derechos de todos los seres humanos.[4] En
los últimos tiempos, gracias a la voz de los Pontífices, ha tratado de formular
más explícitamente este compromiso a través de la renovada llamada al
reconocimiento de la dignidad fundamental debida a la persona humana. San Pablo
VI decía «ninguna antropología iguala a la antropología de la Iglesia sobre la
persona humana, incluso considerada individualmente, en cuanto a su
originalidad, dignidad, intangibilidad y riqueza de sus derechos fundamentales,
sacralidad, educabilidad, aspiración a un desarrollo completo e inmortalidad».[5]
4. San Juan
Pablo II, en el 1979, afirmó durante la Tercera Conferencia Episcopal
Latinoamericana en Puebla: «la dignidad humana es un valor evangélico que no
puede ser despreciado sin grande ofensa al Creador. Esta dignidad es
conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta
valores como la libertad, el derecho a profesar la religión, la integridad
física y psíquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vida. Es
conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede ejercer su
derecho de participación o es sujeto a injustas e ilegítimas coacciones, o
sometido a torturas físicas o psíquicas, etc. […] Si la Iglesia se hace
presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en
la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político,
no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser».[6]
5. En el
2010, delante de la Pontificia Academia para la Vida, Benedicto XVI afirmó que
la dignidad de la persona es «un principio fundamental que la fe en Jesucristo
crucificado y resucitado ha defendido desde siempre, sobre todo cuando no se
respeta en relación a los sujetos más sencillos e indefensos».[7] En
otra ocasión, hablándoles a los economistas, dijo que «la economía y las
finanzas no existen sólo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su
finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la
dignidad. Este es el único capital que conviene salvar».[8]
6. Desde los
inicios de su pontificado, el Papa Francisco ha invitado a la Iglesia a
«confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano» y a «descubrir
que “con ello le confiere una dignidad infinita”»,[9] subrayando
con fuerza que esta dignidad inmensa representa un dato originario a reconocer
con lealtad y a acoger con gratitud. Es precisamente en ese reconocimiento y
aceptación donde puede fundarse una nueva convivencia entre los seres humanos,
que decline la sociabilidad en un horizonte de auténtica fraternidad: sólo
«reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre
todos un deseo mundial de hermandad».[10] Según el Papa
Francisco «ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el
Evangelio de Jesucristo»,[11] pero también es una convicción a
la que la razón humana puede llegar mediante la reflexión y el diálogo, ya que
«hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no
inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente
en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que
exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad
inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de
cualquier cambio cultural».[12] En realidad, concluye el Papa
Francisco, «el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época
de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar
esta convicción o a no obrar en consecuencia».[13] En este
horizonte, su encíclica Fratelli tutti constituye ya una
especie de Carta Magna de las tareas actuales para
salvaguardar y promover la dignidad humana.
Una aclaración fundamental
7. Aunque en
la actualidad existe un consenso bastante general sobre la importancia e
incluso el alcance normativo de la dignidad y el valor único y trascendente de
todo ser humano, la expresión “dignidad humana” a menudo corre
el riesgo de prestarse a muchos significados y, por tanto, a posibles
malentendidos[15] y «contradicciones que nos llevan a
preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos
[…], [sea] reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las
circunstancias». Todo esto nos lleva a reconocer la posibilidad
de una cuádruple distinción del concepto de dignidad: dignidad
ontológica, dignidad moral, dignidad social y
finalmente dignidad existencial. El sentido más importante
permanece, como se ha argumentado hasta ahora, el vinculado a la dignidad
ontológica que corresponde a la persona como tal por el mero hecho de
existir y haber sido querida, creada y amada por Dios. Esta dignidad no puede
ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que
pueden encontrarse los individuos. Cuando se habla de la dignidad moral se
refiere, como se acaba de considerar, al ejercicio de la libertad por parte de
la criatura humana. Esta última, aunque dotada de conciencia, permanece siempre
abierta a la posibilidad de actuar contra ella. Al hacerlo, el ser humano se
comporta de un modo que “no es digno” de su naturaleza de criatura amada por
Dios y llamada a amar a los otros. Pero esta posibilidad existe. Y no sólo eso.
La historia nos atestigua que el ejercicio de la libertad contra la ley del
amor revelada por el Evangelio puede alcanzar cotas incalculables de mal
infligido a los otros. Cuando esto sucede, nos encontramos ante personas que
parecen haber perdido todo rastro de humanidad, todo rastro de dignidad. A este
respecto, la distinción introducida aquí nos ayuda a discernir con precisión
entre el aspecto de la dignidad moral, que de hecho puede “perderse”, y el
aspecto de la dignidad ontológica que nunca puede ser anulada. Y es
precisamente en razón de esta última que se deberá trabajar con todas las
fuerzas, para que todos los que han hecho el mal puedan arrepentirse y
convertirse.
8. Quedan
otras dos posibles acepciones de dignidad: social y existencial. Cuando
hablamos de dignidad social nos referimos a las condiciones en
las que vive una persona. En la pobreza extrema, por ejemplo, cuando no se dan
las condiciones mínimas para que una persona viva de acuerdo con su dignidad
ontológica, se dice que la vida de esa persona pobre es una vida “indigna”.
Esta expresión no indica en modo alguno un juicio hacia la persona, al
contrario, quiere destacar el hecho de que su dignidad inalienable se
contradice por la situación en la que se ve obligada a vivir. La última
acepción es la de la dignidad existencial. Hoy se habla cada
vez con más frecuencia de una vida “digna” y de una vida “indigna”. Y con esta
expresión nos referimos a situaciones de tipo existencial: por ejemplo, al caso
de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para
vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y
con esperanza. En otras situaciones es la presencia de enfermedades graves, de
contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológicas y de otros
malestares los que llevan a alguien a experimentar su propia condición de vida
como “indigna” frente a la percepción de aquella dignidad ontológica que nunca
puede ser oscurecida Las distinciones aquí introducidas, en todo caso, no hacen
más que recordarnos el valor inalienable de esa dignidad ontológica enraizada
en el ser mismo de la persona humana y que subsiste más allá de toda
circunstancia.
9. Por
último, conviene recordar aquí que la definición clásica de la persona como
«sustancia individual de naturaleza racional»[17] explicita el
fundamento de su dignidad. En efecto, en cuanto “sustancia individual”, la
persona goza de dignidad ontológica (es decir, en el nivel metafísico del ser
mismo): es un sujeto que, habiendo recibido la existencia de Dios, “subsiste”,
es decir, ejerce la existencia autónomamente. En realidad, la palabra
“racional” engloba todas las capacidades del ser humano: tanto la cognitiva
como la volitiva, amar, elegir, desear. El término “racional” incluye también
todas las capacidades corporales íntimamente relacionadas con las anteriores.
La expresión “naturaleza” indica las condiciones propias del ser humano que
hacen posibles las diversas operaciones y experiencias: la naturaleza es el
“principio del obrar”. El ser humano no crea su naturaleza; la posee como un
don recibido y puede cultivar, desarrollar y enriquecer sus capacidades. En el
ejercicio de su libertad para cultivar las riquezas de su propia naturaleza, la
persona humana se construye a sí misma con el paso del tiempo. Aunque, debido a
diversas limitaciones o condiciones, no pueda utilizar estas capacidades, la
persona siempre subsiste como “sustancia individual” con toda su dignidad
inalienable. Esto ocurre, por ejemplo, en un niño no nacido, en una persona
inconsciente, en un anciano en agonía.
1. Una conciencia progresiva de la centralidad de la dignidad humana
10. Ya en la
antigüedad clásica[18] se perfila una primera intuición con
respecto a la dignidad humana, que procede de una perspectiva social: cada ser
humano viene revestido de una dignidad particular, según su rango y dentro de
un orden determinado. Del ámbito social, la palabra pasó a describir las
distintas dignidades de los seres en el cosmos. Desde este punto de vista,
todos los seres poseen su propia “dignidad”, según el lugar que ocupan en la
armonía del conjunto. Ciertamente, algunas cumbres del pensamiento antiguo
comienzan a reconocer un lugar singular al ser humano, en la medida en que está
dotado de razón y, por tanto, es capaz de responsabilizarse de sí mismo y de
los demás seres del mundo, [19] pero aún estamos lejos de
un pensamiento capaz de fundamentar el respeto a la dignidad de toda persona
humana, más allá de cualquier circunstancia.
Perspectivas bíblicas
11. La
Revelación bíblica enseña que todos los seres humanos poseen una dignidad
intrínseca porque han sido creados a imagen y semejanza de Dios: «Dijo Dios:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” […] Y
creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los
creó» (Gen 1, 2627). La humanidad tiene una cualidad específica que
la hace no reducible a la pura materialidad. La “imagen” no define el alma o
las capacidades intelectuales, sino la dignidad del varón y de la mujer. Ambos,
en su mutua relación de igualdad y amor recíproco, cumplen la función de
representar a Dios en el mundo y están llamados a cuidar y nutrir el mundo. Ser
creados a imagen de Dios significa, por tanto, que poseemos un valor sagrado en
nuestro interior que trasciende toda distinción sexual, social, política,
cultural y religiosa. Nuestra dignidad nos es conferida, no es pretendida ni
merecida. Todo ser humano es amado y querido por Dios por sí mismo y, por
tanto, es inviolable en su dignidad. En el Éxodo, corazón del
Antiguo Testamento, Dios se muestra como el que escucha el clamor de los
pobres, ve la miseria de su pueblo, cuida de los últimos y de los oprimidos
(cf. Ex 3, 7; 22, 20-26). La misma enseñanza vuelve a aparecer
en el Código Deuteronómico (cf. Dt 12-26): aquí la enseñanza
sobre los derechos se transforma en un “manifiesto” de la dignidad humana, en
particular a favor de la triple categoría del huérfano, de la viuda y del
extranjero (cf. Dt 24, 17). Los antiguos preceptos del Éxodo son
recordados y actualizados por la predicación de los profetas, que representan
la conciencia crítica de Israel. Los profetas Amós, Oseas, Isaías, Miqueas y
Jeremías dedican capítulos enteros a denunciar la injusticia. Amós reprende
amargamente la opresión de los pobres, la falta de reconocimiento de toda
dignidad humana fundamental para los miserables (cf. Am 2,
6-7; 4, 1; 5, 11-12). Isaías pronuncia una maldición contra quienes pisotean
los derechos de los pobres, negándoles toda justicia: «ay de los que establecen
decretos inicuos, y publican prescripciones vejatorias, para oprimir a los
pobres en el juicio y privar de su derecho a los humildes de mi pueblo» (Is 10,
1-2). Esta enseñanza profética se recoge en la literatura sapiencial. El Sirácida equipara
la opresión de los pobres con el asesinato: «mata a su prójimo quien le roba el
sustento, |quien no paga el sueldo al jornalero derrama sangre» (Si 34,
22). En los Salmos, la relación religiosa con Dios pasa por la
defensa de los débiles y necesitados: «proteged al desvalido y al huérfano,
haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y
al indigente, sacándolos de las manos del culpable» (Sal 82, 3-4).
12. Jesús
nació y creció en condiciones humildes y reveló la dignidad de los necesitados
y los trabajadores.[20] A lo largo de su ministerio, Jesús
afirmó el valor y la dignidad de todos los que son portadores de la imagen de
Dios, independientemente de su condición social y circunstancias externas.
Jesús rompió las barreras culturales y de culto, devolviendo la dignidad a los
“descartados” o a los considerados al margen de la sociedad: los recaudadores
de impuestos (cf. Mt 9, 10-11), las mujeres (cf. Jn 4,
1-42), los niños (cf. Mc 10, 14-15), los leprosos (cf. Mt 8,
2-3), los enfermos (cf. Mc 1, 29-34), los extranjeros
(cf. Mt 25, 35), las viudas (cf. Lc 7,
11-15). Él sana, alimenta, defiende, libera, salva. Se le describe como un
pastor solícito por la única oveja perdida (cf. Mt 18, 12-14).
Él mismo se identifica con sus hermanos más pequeños: «cada vez que lo
hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,
40). En el lenguaje bíblico, los “pequeños” no son sólo los niños por edad,
sino los desvalidos, los más insignificantes, los marginados, los oprimidos,
los descartados, los pobres, los marginados, los ignorantes, los enfermos, los
degradados por los grupos dominantes. El Cristo glorioso juzgará en función del
amor al prójimo, que consiste en haber asistido al hambriento, al sediento, al
forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado, con los que él mismo se
identifica (cf. Mt 25, 34-36). Para Jesús, el bien hecho a
todo ser humano, independientemente de los lazos de sangre o de religión, es el
único criterio de juicio. El apóstol Pablo afirma que todo cristiano debe
comportarse según las exigencias de la dignidad y el respeto de los derechos de
todos los seres humanos (cf. Rm 13,8-10), según el mandamiento
nuevo de la caridad (cf. 1 Co 13, 1-13).
El desarrollo del pensamiento cristiano
13. El
desarrollo del pensamiento cristiano estimuló y acompañó posteriormente el
progreso de la reflexión humana sobre el tema de la dignidad. La antropología
cristiana clásica, basada en la gran tradición de los Padres de la Iglesia,
puso de relieve la doctrina del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios
y su papel singular en la creación.[21] El pensamiento
cristiano medieval, escrutando críticamente el legado del pensamiento
filosófico antiguo, llegó a una síntesis de la noción de persona, reconociendo
el fundamento metafísico de su dignidad, como atestiguan las siguientes
palabras de santo Tomás de Aquino: «persona significa lo que en toda naturaleza
es perfectísimo, lo que subsiste en la naturaleza racional».[22] Esta
dignidad ontológica, en su manifestación privilegiada a través de la libre
acción humana, fue subrayada más tarde sobre todo por el humanismo cristiano
del Renacimiento.[23] Incluso en la visión de pensadores
modernos, como Descartes y Kant, que cuestionaron algunos de los fundamentos de
la antropología cristiana tradicional, se perciben con fuerza los ecos de la
Revelación. A partir de algunas reflexiones filosóficas más recientes sobre el
estatuto de la subjetividad teórica y práctica, la reflexión cristiana ha
llegado después a acentuar aún más la profundidad del concepto de dignidad,
alcanzando en el siglo XX una perspectiva original, como por ejemplo la del
personalismo. Esta perspectiva no sólo retoma la cuestión de la subjetividad,
sino que la profundiza en la dirección de la intersubjetividad y de las relaciones
que unen a las personas humanas entre sí.[24] La propuesta
antropológica cristiana y contemporánea también se ha enriquecido con el
pensamiento procedente de esta última visión.[25]
Los tiempos actuales
14. En
nuestros días, el término “dignidad” viene utilizado principalmente para
destacar el carácter singular de la persona humana, inconmensurable con
respecto a los demás seres del universo. Dentro de este horizonte, se entiende
la forma en que se utiliza el término dignidad en la Declaración de
las Naciones Unidas de 1948, donde se habla de «la dignidad intrínseca y
de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia
humana». Sólo este carácter inalienable de la dignidad humana permite hablar de
los derechos del hombre.[26]
15. Para
aclarar aún más el concepto de dignidad, es importante señalar que la dignidad
no es concedida a la persona por otros seres humanos, sobre la base de
determinados dones y cualidades, de modo que podría ser eventualmente retirada.
Si la dignidad le fuese concedida a la persona por otros seres humanos,
entonces se daría de manera condicional y alienable, y el significado mismo de
la dignidad (por muy digno de gran respeto que sea) quedaría expuesto al riesgo
de ser abolido. En realidad, la dignidad es intrínseca a la persona, no
conferida a posteriori, previa a todo reconocimiento y no puede
perderse. Por consiguiente, todos los seres humanos poseen la misma e
intrínseca dignidad, independientemente del hecho sean o no capaces de
expresarla adecuadamente.
16. Por
ello, el Concilio Vaticano II habla de la «excelsa dignidad de la persona
humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes
universales e inviolables».[27] Como recuerda el incipit de
la Declaración conciliar Dignitatis Humanae, «los hombres de
nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona
humana, y aumenta el número de aquellos que exigen que los hombres en su
actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables, guiados por
la conciencia del deber y no movidos por la coacción».[28] Esta
libertad de pensamiento y de conciencia, tanto individual como comunitaria,
está basada sobre el reconocimiento de la dignidad humana «tal como se la
conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural».[29] El
mismo magisterio eclesial ha madurado, cada vez con más plenitud, el
significado de esta dignidad, junto con las exigencias e implicaciones
relacionadas con ella, llegando a la comprensión de que la dignidad de todo ser
humano es tal más allá de toda circunstancia.
2. La Iglesia anuncia, promueve y se hace garante de la dignidad humana
17. La
Iglesia proclama la igual dignidad de todos los seres humanos,
independientemente de su condición de vida o de su calidad. Este anuncio se
apoya sobre una triple convicción que, a la luz de la fe cristiana, confiere un
valor inconmensurable a la dignidad humana y refuerza sus exigencias
intrínsecas.
Una imagen de Dios indeleble
18. Antes
que nada, según la Revelación, la dignidad del ser humano proviene del amor de
su Creador, que ha impreso en él los rasgos indelebles de su imagen (cf. Gn 1,
26), llamándolo a conocerlo, a amarlo y a vivir en una relación de alianza con
Dios mismo y de fraternidad, justicia y paz con todos los demás hombres y
mujeres. En esta visión, la dignidad se refiere no sólo al alma, sino a la
persona como unidad inseparable, y por tanto también inherente a su cuerpo, que
a su manera participa del ser imagen de Dios de la persona humana y está
llamado también a compartir la gloria del alma en la bienaventuranza divina.
Cristo eleva la dignidad del hombre
19. Una
segunda convicción procede del hecho que la dignidad de la persona humana se
reveló en su plenitud cuando el Padre envió su Hijo que asumió plenamente la
existencia humana: «el Hijo de Dios, en el misterio de la Encarnación, confirmó
la dignidad del cuerpo y del alma que constituyen el ser humano».[30] Así,
al unirse en cierto modo a cada ser humano por su encarnación, Jesucristo
confirmó que todo ser humano posee una dignidad inestimable, por el mero hecho
de pertenecer a la misma comunidad humana, y que esta dignidad no puede
perderse jamás.[31] Proclamando que el Reino de Dios pertenece
a los pobres, a los humildes, a quienes son despreciados, a los que sufren en
el cuerpo y en el espíritu; curando todo tipo de enfermedades y dolencias,
incluso las más deshumanizadoras como la lepra; afirmando que lo que se hace a
estas personas se le hace a él, porque él está presente en esas personas, Jesús
aportó la gran novedad del reconocimiento de la dignidad de toda persona, y
también, y sobre todo, de aquellas personas que eran calificadas de “indignas”.
Este nuevo principio de la historia humana, por el que el ser humano es más
“digno” de respeto y amor cuanto más débil, miserable y sufriente, hasta el
punto de perder la propia “figura” humana, ha cambiado la faz del mundo, dando
lugar a instituciones que se ocupan de personas en condiciones inhumanas: los
neonatos abandonados, los huérfanos, los ancianos en soledad, los enfermos
mentales, personas con enfermedades incurables o graves malformaciones y
aquellos que viven en la calle.
Una vocación a la plenitud de la dignidad
20. La
tercera convicción se refiere al destino último del ser humano: tras la
creación y la encarnación, la resurrección de Cristo nos revela un ulterior
aspecto de la dignidad humana. En efecto, «la razón más alta de la dignidad
humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios», destinada
a durar por siempre. De este modo, «la dignidad [de la vida humana] no sólo
está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a
su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor. A la luz de esta
verdad san Ireneo precisa y completa su exaltación del hombre: “el hombre que
vive” es “gloria de Dios” pero “la vida del hombre consiste en la visión de
Dios”».
21. Por
consiguiente, la Iglesia cree y afirma que todos los seres humanos, creados a
imagen y semejanza de Dios y recreados[34] en el Hijo hecho
hombre, crucificado y resucitado, están llamados a crecer bajo la acción del
Espíritu Santo para reflejar la gloria del Padre, en aquella misma imagen,
participando de la vida eterna (cf. Jn 10, 15-16.17,
22-24; 2 Cor 3, 18; Ef 1, 3-14). En efecto,
«la Revelación […] manifiesta la dignidad de la persona
humana en toda su amplitud».[35]
Un compromiso con la propia libertad
22. Aunque
cada ser humano posee una dignidad inalienable e intrínseca desde el principio
de su existencia como don irrevocable, depende de su decisión libre y
responsable expresarla y manifestarla en plenitud o empañarla. Algunos Padres
de la Iglesia – como san Ireneo o san Juan Damasceno – establecieron una
distinción entre la imagen y la semejanza de las que habla el Génesis, permitiendo
así una visión dinámica de la propia dignidad humana: la imagen de Dios se
confía a la libertad del ser humano para que, bajo la guía y la acción del
Espíritu, crezca su semejanza con Dios y cada persona alcance su máxima
dignidad.[36] Cada persona está llamada a manifestar en el
plano existencial y moral el horizonte ontológico de su dignidad, en la medida
en que con su propia libertad se orienta hacia el verdadero bien, como
respuesta al amor de Dios. Así, en la medida en que ha sido creada a imagen de
Dios, por una parte, la persona humana nunca pierde su dignidad y nunca deja de
estar llamada a abrazar libremente el bien; por otra parte, en
la medida en que la persona humana responde al bien, su
dignidad puede manifestarse, crecer y madurar libre, dinámica y
progresivamente. Esto significa que también el ser humano debe esforzarse por
vivir a la altura de su dignidad. Se comprende entonces en qué sentido el
pecado puede herir y ensombrecer la dignidad humana, como acto contrario a
ella, pero, al mismo tiempo, que nunca puede borrar el hecho
que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. La fe, por tanto, contribuye
decisivamente a ayudar a la razón en su percepción de la dignidad humana, y a
acoger, consolidar y clarificar sus rasgos esenciales, como ha señalado
Benedicto XVI: «sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser
también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o
se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la
dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo
que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales,
en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX».[37]
3. La dignidad, fundamento de los derechos y de los deberes humanos
23. Como ya
recordó el Papa Francisco, «en la cultura moderna, la referencia más cercana al
principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre, que san Juan Pablo II definió “piedra miliar puesta
en el largo y difícil camino del género humano”, y como “una de las más altas
expresiones de la conciencia humana”».[38] Para resistir a los
intentos de alterar o eliminar el significado profundo de esa Declaración, vale
la pena recordar algunos principios esenciales que deben siempre respetarse.
El respeto incondicionado de la dignidad humana
24. En
primer lugar, aunque cada vez hay más conciencia de la cuestión de la dignidad
humana, sigue habiendo hoy muchos malentendidos sobre el concepto de dignidad,
que distorsionan su significado. Algunos proponen que es mejor utilizar la
expresión “dignidad personal” (y derechos “de la persona”) en lugar de
“dignidad humana” (y derechos “del hombre”), porque entienden por persona sólo
“un ser capaz de razonar”. En consecuencia, sostienen que la dignidad y los
derechos se infieren de la capacidad de conocimiento y libertad, de las que no
todos los seres humanos están dotados. Así pues, el niño no nacido no tendría
dignidad personal, ni el anciano incapacitado, ni los discapacitados mentales.[39] La
Iglesia, por el contrario, insiste en el hecho de que la dignidad de toda
persona humana, precisamente porque es intrínseca, permanece “más allá de toda
circunstancia”, y su reconocimiento no puede depender, en modo alguno, del
juicio sobre la capacidad de una persona para comprender y actuar libremente.
De lo contrario, la dignidad no sería como tal inherente a la persona,
independiente de sus condicionamientos y, por tanto, merecedora de un
respeto incondicional. Sólo mediante el reconocimiento de la
dignidad intrínseca del ser humano, que nunca puede perderse, desde la
concepción hasta la muerte natural, puede garantizarse a esta cualidad un
fundamento inviolable y seguro. Sin referencia ontológica alguna, el reconocimiento
de la dignidad humana oscilaría a merced de valoraciones diversas y
arbitrarias. La única condición, por tanto, para que pueda hablarse de dignidad
por sí misma inherente a la persona es que ésta pertenezca a la especie humana,
por lo que «los derechos de la persona son los derechos humanos».[40]
Una referencia objetiva para la libertad humana
25. En
segundo lugar, a veces también se abusa del concepto de dignidad humana para
justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos, muchos de los
cuales suelen ser contrarios a los definidos originalmente y no pocas veces se
ponen en contradicción con el derecho fundamental a la vida,[41] como
si hubiera que garantizar la capacidad de expresar y realizar cada preferencia
individual o deseo subjetivo. La dignidad se identifica entonces con una
libertad aislada e individualista, que pretende imponer como “derechos”,
garantizados y financiados por la comunidad, ciertos deseos y preferencias que
son subjetivas. Pero la dignidad humana no puede basarse en estándares meramente
individuales ni identificarse únicamente con el bienestar psicofísico del
individuo. Al contrario, la defensa de la dignidad del ser humano se fundamenta
en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de
la arbitrariedad individual ni del reconocimiento social. Los deberes que se
derivan del reconocimiento de la dignidad del otro y los correspondientes
derechos que de ello se derivan tienen, por tanto, un contenido concreto y
objetivo, basado en la naturaleza humana común Sin esa referencia objetiva, el
concepto de dignidad queda sometido de hecho a las más diversas
arbitrariedades, así como a los intereses de poder.
La estructura relacional de la persona humana
26. La
dignidad de la persona humana, a la luz del carácter relacional de
la persona, ayuda también a superar la perspectiva reductiva de una libertad
autorreferencial e individualista, que pretende crear los propios valores
prescindiendo de las normas objetivas del bien y de la relación con los demás
seres vivos. Cada vez más, de hecho, se corre el riesgo de restringir la
dignidad humana a la capacidad de decidir discrecionalmente sobre uno mismo y
sobre su propio destino, independientemente del de los demás, sin tener en
cuenta la pertenencia a la comunidad humana. En esta concepción tan errónea de
la libertad, los deberes y los derechos no pueden reconocerse mutuamente para
que cuidemos unos de otros. En realidad, como recuerda san Juan Pablo II, la
libertad es puesta «al servicio de la persona y de su realización mediante el
don de sí misma y la acogida del otro. Sin embargo, cuando la libertad es
absolutizada en clave individualista, se vacía de su contenido original y se
contradice en su misma vocación y dignidad».[42]
27. Así
pues, la dignidad del ser humano incluye también la capacidad, inherente a la
propia naturaleza humana, de asumir obligaciones hacia los otros.
28. La
diferencia entre el ser humano y el resto de los otros seres vivos, que resalta
gracias al concepto de dignidad, no debe hacernos olvidar la bondad de los
demás seres creados, que existen no sólo en función del ser humano, sino
también con un valor propio y, por tanto, como dones que le han sido confiados
para que custodiados y cultivados. Así, mientras se reserva al ser humano el
concepto de dignidad, se debe afirmar al mismo tiempo la bondad creatural del
resto del cosmos. Como subrayaba el Papa Francisco: «Precisamente por su
dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a
respetar lo creado con sus leyes internas […]: “Toda criatura posee su bondad y
su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio,
reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada
criatura para evitar un uso desordenado de las cosas”».[43] Todavía
más, «hoy nos vemos obligados a reconocer que sólo es posible sostener un
“antropocentrismo situado”. Es decir, reconocer que la vida humana es
incomprensible e insostenible sin las demás criaturas».[44] Desde
esta perspectiva, «no es irrelevante para nosotros que desaparezcan tantas
especies, que la crisis climática ponga en riesgo la vida de tantos seres».[45] Pertenece,
de hecho, a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente, teniendo en cuenta
en particular aquella ecología humana que preserva su misma existencia.
La liberación del ser humano de condicionamientos morales y sociales
29. Estos
requisitos previos básicos, por muy necesarios que sean, no bastan para
garantizar el crecimiento de una persona en coherencia con su dignidad. Aun
cuando «Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una
persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos» en
vista del bien, el libre albedrío con frecuencia prefiere el mal al bien. Por
eso la libertad humana necesita a su vez ser liberada. En la carta a los
Gálatas, «para la libertad nos ha liberado Cristo» (Gal 5, 1), san
Pablo recuerda la tarea propia de cada cristiano, sobre cuyos hombros descansa
una responsabilidad de liberación que se extiende al mundo entero (cf. Rm 8,19ss).
Se trata de una liberación que, desde el corazón de cada persona está llamada a
difundirse y a manifestar su fuerza humanizadora en todas las relaciones.
30. La
libertad es un don maravilloso de Dios. Incluso cuando nos atrae con su gracia,
Dios lo hace de tal manera que nuestra libertad nunca se ve violentada. Por
eso, sería un grave error pensar que, lejos de Dios y de su ayuda, podemos ser
más libres y, en consecuencia, sentirnos más dignos. Desvinculada de su
Creador, nuestra libertad sólo puede debilitarse y oscurecerse. Lo mismo ocurre
si la libertad se imagina como independiente de cualquier referencia que no sea
ella misma y se percibe como una amenaza cualquier relación con una verdad
precedente. Como consecuencia, también fracasará el respeto por la libertad y
la dignidad de los demás. Así lo explicó el Papa Benedicto XVI: «una voluntad
que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones
objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen de sus intereses
momentáneos y pasajeros; no tiene una “identidad” que custodiar y construir a
través de las opciones verdaderamente libres y conscientes. No puede, pues,
reclamar el respeto por parte de otras “voluntades”, que también están
desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer prevalecer otras
“razones” o incluso ninguna “razón”. La ilusión de encontrar en el relativismo
moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la
división y negación de la dignidad de los seres humanos».[47]
31. Además,
no sería realista afirmar una libertad abstracta, libre de cualquier
condicionamiento, contexto o límite. Por el contrario, «el recto ejercicio de
la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden económico,
social, jurídico, político y cultural»[48], que a menudo no se
cumplen. En este sentido, podemos decir que unos son más “libres” que otros. El
Papa Francisco se ha detenido especialmente en este punto: «algunos nacen en
familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien
alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no
necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no
cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació
en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de
baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus
enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la
libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más».[49] Por lo
tanto, es indispensable comprender que «la liberación de las injusticias
promueve la libertad y la dignidad humana»[50] en todos los
niveles y relaciones de las acciones humanas. Para que sea posible una
auténtica libertad «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y
que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que
necesitamos».[51] Análogamente, la libertad se ve
frecuentemente oscurecida por numerosos condicionamientos psicológicos,
históricos, sociales, educativos y culturales. La libertad real e histórica siempre
necesita ser “liberada”. Y se deberá, también, reafirmar el derecho fundamental
a la libertad religiosa.
32. Al
mismo tiempo, es evidente que la historia de la humanidad muestra un progreso
en la comprensión de la dignidad y la libertad de las personas, no sin sombras
y peligros de involución. Testigo de ello es la creciente aspiración – también
por influencia cristiana, que sigue siendo fermento incluso en una sociedad
cada vez más secularizada – a erradicar el racismo, la esclavitud y la
marginación de mujeres, niños, enfermos y personas con discapacidad. Pero este
arduo camino dista mucho de haber terminado.
4. Algunas violaciones graves de la dignidad humana
33. A la luz
de las reflexiones hechas hasta ahora sobre la centralidad de la dignidad humana,
esta última sección de la Declaración aborda algunas
violaciones concretas y graves de la misma. Lo hace con el espíritu propio del
magisterio de la Iglesia, que ha encontrado su expresión plena en el magisterio
de los últimos Pontífices, como ya se ha recordado. Por ejemplo el Papa
Francisco, por una parte, no se cansa de pedir el respeto de la dignidad
humana: «todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse
integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo
tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones.
Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se
fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este
principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni
para la sobrevivencia de la humanidad».[52] Por otra parte, no
deja nunca de señalar a todos las violaciones concretas de la dignidad humana
en nuestro tiempo, llamando a todos y cada uno a una sacudida de
responsabilidad y de compromiso activo.
34.
Queriendo señalar algunas de las muchas violaciones de la dignidad humana en
nuestro mundo contemporáneo, podemos recordar lo que el Concilio Vaticano II
enseñó a este respecto. Hay que reconocer que se opone a la dignidad humana
«cuanto atenta contra la vida – homicidios de cualquier clase, genocidios,
aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado».[53] Atenta
además contra nuestra dignidad «cuanto viola la integridad de la persona
humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas,
los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena».[54] Y
finalmente «cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones
infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la
esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las
condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero
instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la
persona humana».[55] Será necesario también mencionar aquí el
tema de la pena de muerte:[56] también esta última viola la
dignidad inalienable de toda persona humana más allá de cualquier
circunstancia. Por el contrario, hay que reconocer que «el firme rechazo de la
pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable
dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya
que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré
a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que
pueda separarnos».[57] También parece oportuno reiterar la
dignidad de las personas encarceladas, que a menudo se ven obligadas a vivir en
condiciones indignas, y que la práctica de la tortura atenta contra la dignidad
de todo ser humano más allá de todo límite, incluso si alguien es culpable de
delitos graves.
35. Sin
pretender ser exhaustivos, a continuación llamamos la atención sobre algunas
violaciones graves de la dignidad humana que son de especial actualidad.
El drama de la pobreza
36. Uno de
los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es
la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza. Como ya
fue subrayado por san Juan Pablo II, «una de las mayores injusticias del mundo
contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los
que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la
injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados
originariamente a todos.».[58] Además, sería ilusorio hacer una
distinción superficial entre “Países ricos” y “Países pobres”. Benedicto XVI ya
reconoció, de hecho, que «la riqueza mundial crece en términos absolutos, pero
aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías
sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres,
algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista,
que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora. Se sigue produciendo “el escándalo de las disparidades
hirientes”»,[59] donde la dignidad de los pobres es doblemente
negada, tanto por la falta de recursos disponibles para satisfacer sus
necesidades básicas, como por la indiferencia con que son tratados por quienes
viven junto a ellos.
37. Por
tanto, con el Papa Francisco hay que concluir que «aumentó la riqueza, pero con
inequidad, y así lo que ocurre es que “nacen nuevas pobrezas”. Cuando dicen que
el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas
no comparables con la realidad actual».[60] Como resultado, la
pobreza se extiende «de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los
costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona,
porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las
fronteras de la pobreza».[61] Entre estos «destructores efectos
del Imperio del dinero»,[62] se debe reconocer che «no existe
peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo».[63] Si
algunos nacen en un país o en una familia donde tienen menos oportunidades de
desarrollo, hay que reconocer que eso está reñido con su dignidad, que es
exactamente la misma que la de quienes nacen en una familia o en un país ricos.
Todos somos responsables, aunque en diversos grados, de esta flagrante
desigualdad.
La guerra
38. Otra
tragedia que niega la dignidad humana es la que provoca la guerra, hoy como en
todos los tiempos: «guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o
religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana […] van
“multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las
formas de la que podría llamar una ‘tercera guerra mundial en etapas’”».[64] Con
su estela de destrucción y dolor, la guerra atenta contra la dignidad humana a
corto y largo plazo: «incluso reafirmando el derecho inalienable a la legítima
defensa, así como la responsabilidad de proteger aquellos cuya existencia está
amenazada, debemos admitir que la guerra siempre es una “derrota de la humanidad”.
Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o
muerto; ninguna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola
persona humana, ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna
guerra vale el envenenamiento de nuestra Casa Común; y ninguna guerra vale la
desesperación de los que están obligados a dejar su patria y son privados, de
un momento a otro, de su casa y de todos los vínculos familiares, de amistad,
sociales y culturales que se han construido, a veces a través de generaciones».[65] Todas
las guerras, por el mero hecho de contradecir la dignidad humana, son
«conflictos que no resolverán los problemas, sino que los aumentarán».[66] Esto
es aún más grave en nuestra época, en la que se ha convertido en normal que,
fuera del campo de batalla, mueran tantos civiles inocentes.
39. En
consecuencia, aún hoy la Iglesia no puede dejar de hacer suyas las palabras de
los Pontífices, repitiendo con san Pablo VI: «¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás
guerra!»,[67] y pidiendo, junto a san Juan Pablo II, «a todos
en nombre de Dios y en nombre del hombre: ¡no matéis! ¡No preparéis a los
hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren
hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!».[68] Precisamente
en nuestro tiempo, éste es el grito de la Iglesia y de toda la humanidad. Por
último, el Papa Francisco subraya que «no podemos pensar en la guerra como
solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la
hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil
sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una
posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!».[69] Como la
humanidad vuelve a caer a menudo en los mismos errores del pasado, «para
construir la paz es necesario salir de la lógica de la legitimidad de la
guerra».[70] La íntima relación que existe entre fe y dignidad
humana hace contradictorio que se fundamente la guerra sobre convicciones
religiosas: «quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la
violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la
religión es una guerra contra la religión misma».[71]
El trabajo de los emigrantes
40. Los
emigrantes están entre las primeras victimas de las múltiples formas de
pobreza. No es solo que su dignidad viene negada en sus países,[72] sino
que su misma vida es puesta en riesgo porque no tienen los medios para crear
una familia, para trabajar o para alimentarse.[73] Una vez
llegados a los países que deberían poder recibirlos, «no son considerados
suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y
se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. […]
Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el
modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos
importantes, menos humanos».[74] Por tanto, es siempre urgente
recordar que «todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee
derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en
cualquier situación».[75] Su acogida es una forma importante y
significativa de defender «la inalienable dignidad de cada persona humana más
allá de su origen, color o religión».[76]
La trata de personas
41. La trata
de personas también debe considerarse una grave violación de la dignidad
humana.[77] Esto no constituye una novedad, pero su desarrollo
adquiere dimensiones trágicas que están a la vista de todos, por lo que el Papa
Francisco lo ha denunciado en términos particularmente enérgicos: «reafirmo que
la “trata de personas” es una actividad innoble, una vergüenza para nuestras
sociedades que se consideran civilizadas. ¡Explotadores y clientes a todos los
niveles deberían hacer un serio examen de conciencia ante sí mismos y ante
Dios! La Iglesia renueva hoy su fuerte llamamiento para que se defienda siempre
la dignidad y la centralidad de toda persona, en el respeto de los derechos
fundamentales, como destaca su doctrina social, y pide que los derechos se
extiendan realmente allí donde no se los reconoce a millones de hombres y
mujeres en todos los continentes. En un mundo en el que se habla mucho de
derechos, ¡cuántas veces se ultraja de hecho la dignidad humana! En un mundo
donde se habla tanto de derechos, parece que el dinero es el único que los
tiene. Queridos hermanos y hermanas, vivimos en un mundo donde manda el dinero.
Vivimos en un mundo, en una cultura donde reina el fetichismo del dinero».[78]
42. Por
estos motivos, la Iglesia y la humanidad no deben abandonar la lucha contra
fenómenos como el «comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de
niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y
de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de
estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de
evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto
tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones
sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos».[79] Ante
formas tan diversas y brutales de negación de la dignidad humana, es necesario
ser cada vez más conscientes de que «la trata de personas es un crimen contra
la humanidad».[80] Niega en sustancia la dignidad humana al
menos de dos formas: «desfigura la humanidad de la víctima, ofendiendo su
libertad y su dignidad. Pero, al mismo tiempo, deshumaniza a quienes la llevan
a cabo».[81]
Los abusos sexuales
43. La
profunda dignidad inherente al ser humano en su totalidad de mente y cuerpo nos
permite comprender también por qué todo abuso sexual deja profundas cicatrices
en el corazón de quienes lo sufren: éstos están, de hecho, heridos en su
dignidad humana. Se trata de «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la
vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio. Este fenómeno está
muy difundido en la sociedad, afecta también a la Iglesia y representa un serio
obstáculo para su misión».[82] De ahí su inquebrantable
compromiso de poner fin a cualquier tipo de abuso, empezando desde dentro.
Las violencias contra las mujeres
44. Las
violencias contra las mujeres es un escándalo global, cada vez más reconocido.
Aunque de palabra se reconoce la igual dignidad de la mujer, en algunos países
las desigualdades entre mujeres y varones son muy graves e incluso en los
países más desarrollados y democráticos la realidad social concreta atestigua
que a menudo no se reconoce a la mujer la misma dignidad que al varón. El Papa
Francisco subraya este hecho cuando afirma que «la organización de las
sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las
mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones.
Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro
mensaje. Es un hecho que “doblemente pobres son las mujeres que sufren
situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se
encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos”».[83]
45. Ya san
Juan Pablo II reconocía que «aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y
madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes
la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto
igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la
trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en
el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y
deberes del ciudadano en un régimen democrático».[84] Las
desigualdades en estos aspectos son distintas formas de violencia. También
recordó que «es hora de condenar con determinación, empleando los medios
legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia
sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre
del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura
hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la
sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los
ambientes de la corrupción y hacer un uso mercenario de su cuerpo».[85] Entre
las formas de violencia ejercidas contera las mujeres, ¿cómo no mencionar la
coacción al aborto, que afecta tanto a la madre como al hijo, tan a menudo para
satisfacer el egoísmo de los varones? ¿Y cómo no mencionar también la práctica
de la poligamia que – como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica –
es contraria a la igual dignidad de mujeres y varones y también es contraria a
«al amor conyugal que es único y exclusivo»?[86]
46. Es este
horizonte de violencia contra las mujeres, no se condenará nunca de forma
suficiente el fenómeno del feminicidio. En este frente, el compromiso de toda
la comunidad internacional debe ser sólido y concreto, como ha reiterado el
Papa Francisco: «el amor a María nos tiene que ayudar a generar actitudes de
reconocimiento y gratitud frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas
que son un bastión en la vida de nuestras ciudades. Casi siempre silenciosas
llevan la vida adelante. Es el silencio y la fuerza de la esperanza. Gracias
por su testimonio […] pero mirando a las madres y a las
abuelas, quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro
continente americano: los numerosos casos de feminicidio. Y son muchas las
situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas paredes. Los
invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una
legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia».[87]
El aborto
47. La
Iglesia no cesa de recordar que «la dignidad de todo ser humano tiene un
carácter intrínseco y vale desde el momento de su concepción hasta su muerte
natural. Precisamente la afirmación de tal dignidad es el presupuesto
irrenunciable para la tutela de una existencia personal y social, y también la
condición necesaria para que la fraternidad y la amistad social puedan
realizarse en todos los pueblos de la tierra».[88] Sobre la
base de este valor intangible de la vida humana, el magisterio eclesial se ha
siempre pronunciado contra el aborto. Al respecto escribe san Juan Pablo II:
«entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto
procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e
ignominioso […] Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido
debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del
aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente
de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de
distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho
fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca
el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su
nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de
autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: “¡Ay,
los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz
por oscuridad” (Is 5, 20). Precisamente en el caso del aborto se
percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de “interrupción del
embarazo”, que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad
en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un
malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de
las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa,
como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su
existencia, que va de la concepción al nacimiento».[89] Los
niños que van a nacer «son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes
hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se
quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda
impedirlo».[90] Se deberá, por tanto, afirmar con total fuerza
y claridad, también en nuestro tiempo, que «esta defensa de la vida por nacer
está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la
convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier
situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un
medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan
fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que
siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de
turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de
cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, “toda violación
de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se
configura como ofensa al Creador del hombre”».[91] Merece
mencionarse aquí el compromiso generoso y valiente de santa Teresa de Calcuta
en defensa de todo concebido.
La maternidad subrogada
48. La
Iglesia, también, se posiciona en contra de la práctica de la maternidad
subrogada, mediante la cual el niño, inmensamente digno, se convierte en un
mero objeto. A este respecto, las palabras del Papa Francisco son de una
claridad única: «el camino hacia la paz exige el respeto de la vida, de toda
vida humana, empezando por la del niño no nacido en el seno materno, que no
puede ser suprimida ni convertirse en un producto comercial. En este sentido,
considero deplorable la práctica de la llamada maternidad subrogada, que ofende
gravemente la dignidad de la mujer y del niño; y se basa en la explotación de
la situación de necesidad material de la madre. Un hijo es siempre un don y
nunca el objeto de un contrato. Por ello, hago un llamamiento para que la
Comunidad internacional se comprometa a prohibir universalmente esta práctica».[92]
49. La
práctica de la maternidad subrogada viola, ante todo, la dignidad del niño. En
efecto, todo niño, desde el momento de su concepción, de su nacimiento, y luego
al crecer como joven, convirtiéndose en adulto, posee una dignidad intangible
que se expresa claramente, aunque de manera singular y diferenciada, en cada
etapa de su vida. Por tanto, el niño tiene derecho, en virtud de su dignidad
inalienable, a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente,
y a recibir el don de una vida que manifieste, al mismo tiempo, la dignidad de
quien la da y de quien la recibe. El reconocimiento de la dignidad de la
persona humana implica también el reconocimiento de la dignidad de la unión
conyugal y de la procreación humana en todas sus dimensiones. En este sentido,
el deseo legítimo de tener un hijo no puede convertirse en un “derecho al hijo”
que no respete la dignidad del propio hijo como destinatario del don gratuito
de la vida. [93]
50. La
práctica de la maternidad subrogada viola, al mismo tiempo, la dignidad de la
propia mujer que o se ve obligada a ello o decide libremente someterse. Con
esta práctica, la mujer se desvincula del hijo que crece en ella y se convierte
en un mero medio al servicio del beneficio o del deseo arbitrario de otros.
Esto se contrapone, totalmente, con la dignidad fundamental de todo ser humano
y su derecho a ser reconocido siempre por sí mismo y nunca como instrumento
para otra cosa.
La eutanasia y el suicidio asistido
51. Hay
un caso particular de violación de la dignidad humana, más silencioso pero que
está ganando mucho terreno. Tiene la peculiaridad de utilizar un concepto
erróneo de la dignidad humana para volverla contra la vida misma. Esta
confusión, muy común hoy en día, sale a la luz cuando se habla de eutanasia.
Por ejemplo, las leyes que reconocen la posibilidad de la eutanasia o el
suicidio asistido se denominan a veces “leyes de muerte digna” (“death with
dignity acts”). Está muy extendida la idea de que la eutanasia o el
suicidio asistido son compatibles con el respeto a la dignidad de la persona
humana. Frente a este hecho, hay que reafirmar con fuerza que el sufrimiento no
hace perder al enfermo esa dignidad que le es intrínseca e inalienablemente
propia, sino que puede convertirse en una oportunidad para reforzar los lazos
de pertenencia mutua y tomar mayor conciencia de lo preciosa que es cada
persona para el conjunto de la humanidad.
52.
Ciertamente, la dignidad del enfermo, en condiciones críticas o terminales,
exige que todos realicen los esfuerzos adecuados y necesarios para aliviar su
sufrimiento mediante unos cuidados paliativos apropiados y evitando cualquier
encarnizamiento terapéutico o intervención desproporcionada. Estos cuidados
responden al «constante deber de comprender las necesidades del enfermo:
necesidad de asistencia, de alivio del dolor, necesidades emotivas, afectivas y
espirituales».[94] Pero tal esfuerzo es totalmente distinto,
diferente, incluso contrario a la decisión de eliminar la propia vida o la de
los demás bajo el peso del sufrimiento. La vida humana, incluso en su condición
dolorosa, es portadora de una dignidad que debe respetarse siempre, que no
puede perderse y cuyo respeto permanece incondicional. En efecto, no hay
condiciones en ausencia de las cuales la vida humana deje de ser digna y pueda,
por tanto, suprimirse: «la vida tiene la misma dignidad y el mismo valor para
todos y cada uno: el respeto de la vida del otro es el mismo que se debe a la
propia existencia».[95] Ayudar al suicida a quitarse la vida
es, por tanto, una ofensa objetiva contra la dignidad de la persona que lo
pide, aunque con ello se cumpliese su deseo: «debemos acompañar a la muerte,
pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que
se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para
que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean
descartados. La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no
suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los
cristianos o a los creyentes».[96] Como ya se ha dicho, la
dignidad de cada persona, por débil o sufriente que sea, implica a la dignidad
de todos.
El descarte de las personas con discapacidad
53. Un
criterio para verificar la atención real a la dignidad de cada individuo es,
obviamente, la atención prestada a los más desfavorecidos. Nuestro tiempo, por
desgracia, no se distingue mucho por esa atención: en verdad, se está imponiendo
una cultura del descarte.[97] Para contrarrestar esta
tendencia, merece especial atención y solicitud la condición de quienes se
encuentran en situación de déficit físico o psíquico. Esta
condición de especial vulnerabilidad,[98] tan relevante en los
relatos evangélicos, cuestiona universalmente lo que significa ser una persona
humana, precisamente desde un estado de deficiencia o discapacidad. La cuestión
de la imperfección humana tiene también claras implicaciones desde el punto de
vista sociocultural, ya que, en algunas culturas, las personas con discapacidad
sufren a veces marginación, cuando no opresión, al ser tratadas como auténticos
“descartados”. En realidad, todo ser humano, sea cual sea su condición de
vulnerabilidad, recibe su dignidad por el hecho mismo de ser querido y amado
por Dios. Por estas razones, debe fomentarse en la medida de lo posible la
inclusión y la participación activa en la vida social y eclesial de todos
aquellos que, de alguna manera, están marcados por la fragilidad o la
discapacidad.[99]
54. En una
perspectiva más amplia, se deberá recordar que la «caridad, corazón del
espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que
está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor los pobres […]
“preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las
personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y
fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce
inexorablemente a la ‘cultura del descarte’. […] Significa hacerse cargo del
presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de
dignidad”. Así ciertamente se genera una actividad intensa, porque “hay que
hacer lo que sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona
humana”».[100]
La teoría de género
55. La
Iglesia desea, ante todo, «reiterar que toda persona, independientemente de su
tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto,
procurando evitar «todo signo de discriminación injusta», y particularmente
cualquier forma de agresión y violencia».[101] Por ello, hay
que denunciar como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se
encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas,
únicamente por su orientación sexual.
56. Al mismo
tiempo, la Iglesia destaca los decisivos elementos críticos presentes en la
teoría de género. A este respecto, el Papa Francisco recordó: «el camino hacia
la paz exige el respeto de los derechos humanos, según la sencilla pero clara
formulación contenida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo
75 aniversario hemos celebrado recientemente. Se trata de principios
racionalmente evidentes y comúnmente aceptados. Desgraciadamente, los intentos
que se han producido en las últimas décadas de introducir nuevos derechos, no
del todo compatibles respecto a los definidos originalmente y no siempre
aceptables, han dado lugar a colonizaciones ideológicas, entre las que ocupa un
lugar central la teoría de género, que es extremadamente peligrosa porque borra
las diferencias en su pretensión de igualar a todos».[102]
57. Con
respecto a la teoría de género, sobre cuya consistencia científica se debate
mucho en la comunidad de expertos, la Iglesia recuerda que la vida humana, en
todos sus componentes, físicos y espirituales, es un don de Dios, que debe ser
acogido con gratitud y puesto al servicio del bien. Querer disponer de sí
mismo, como prescribe la teoría de género, sin tener en cuenta esta verdad
fundamental de la vida humana como don, no significa otra cosa que ceder a la
vieja tentación de que el ser humano se convierta en Dios y entre en
competencia con el verdadero Dios del amor que nos revela el Evangelio.
58. Un
segundo aspecto sobre la teoría de género es que pretende negar la mayor diferencia
posible entre los seres vivos: la diferencia sexual. Esta diferencia
constitutiva no sólo es la mayor imaginable, sino también la más bella y la más
poderosa: logra, en la pareja varón-mujer, la reciprocidad más admirable y es,
por tanto, la fuente de ese milagro que nunca deja de asombrarnos que es la
llegada de nuevos seres humanos al mundo.
59. En este
sentido, el respeto del propio cuerpo y de aquel de los otros es esencial ante
la proliferación y reivindicación de nuevos derechos que avanza la teoría de
género. Esta ideología «presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía
el fundamento antropológico de la familia».[103] Por tanto,
resulta inaceptable que «algunas ideologías de este tipo, que pretenden
responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como
un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay
que ignorar que “el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del
sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar”».[104] Por
lo tanto, debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente
diferencia sexual entre hombres y mujeres: «no podemos separar lo que es
masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas
nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es
imposible ignorar».[105] Sólo cuando cada persona humana puede
reconocer y aceptar esta diferencia en reciprocidad es capaz de descubrirse
plenamente a sí misma, su dignidad y su identidad.
El cambio de sexo
60. La
dignidad del cuerpo no puede considerarse inferior a la de la persona como tal.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos invita expresamente a
reconocer que «el cuerpo del hombre participa de la dignidad de la
“imagen de Dios”».[106] Tal verdad merece ser recordada
especialmente cuando se trata del cambio de sexo. En efecto, el ser humano está
inseparablemente compuesto de cuerpo y alma, y el cuerpo es el lugar vivo donde
se despliega y manifiesta la interioridad del alma, incluso a través de la red
de relaciones humanas. Constituyendo el ser de la persona, alma y cuerpo
participan así de esa dignidad que caracteriza a todo ser humano.[107] En
este sentido, hay que recordar que el cuerpo humano participa de la dignidad de
la persona, ya que está dotado de significados personales, especialmente en su
condición sexual.[108] Es en el cuerpo, de hecho, donde cada
persona se reconoce generada por los demás, y es a través de su cuerpo que el
varón y la mujer pueden establecer una relación de amor capaz de generar a
otras personas. Sobre la necesidad de respetar el orden natural de la persona
humana, el Papa Francisco enseña que «lo creado nos precede y debe ser recibido
como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso
significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada».[109] De
ahí que toda operación de cambio de sexo, por regla general, corra el riesgo de
atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de
la concepción. Esto no significa que se excluya la posibilidad que una persona
afectada por anomalías genitales, que ya son evidentes al nacer o que se
desarrollan posteriormente, pueda optar por recibir asistencia médica con el
objetivo de resolver esas anomalías. En este caso, la operación no constituiría
un cambio de sexo en el sentido que aquí se entiende.
La violencia digital
61. El
avance de las tecnologías digitales, aunque ofrece muchas posibilidades para
promover la dignidad humana, tiende cada vez más a crear un mundo en el que
crecen la explotación, la exclusión y la violencia, que pueden llegar a atentar
contra la dignidad de la persona humana. Basta pensar en lo fácil que es, a
través de estos medios, poner en peligro la buena reputación de cualquier
persona con noticias falsas y calumnias. Sobre este punto el Papa Francisco
subraya que «no es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual.
De hecho, el ambiente digital también es un territorio de soledad,
manipulación, explotación y violencia, hasta llegar al caso extremo del dark
web. Los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de
dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad
concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales
auténticas. Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social
media, por ejemplo el ciberacoso; la web también es un
canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas para fines
sexuales o mediante el juego de azar”».[110] Y así es como,
allí donde crecen las posibilidades de conexión, ocurre paradójicamente que
todo el mundo se encuentra en realidad cada vez más aislado y empobrecido de
relaciones interpersonales: «en la comunicación digital se quiere mostrar todo
y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y
divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos
y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo
lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo».[111] Estas
tendencias representan el lado oscuro del progreso digital.
62. Desde
esta perspectiva, si la tecnología ha de estar al servicio de la dignidad
humana y no perjudicarla, y si ha de promover la paz en lugar de la violencia,
la comunidad humana debe ser proactiva a la hora de abordar estas tendencias
respetando la dignidad humana y promover el bien: «en este mundo globalizado
“los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los
unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia
humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más
digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea,
especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado
niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer mayores
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno,
es un don de Dios”. Pero es necesario verificar constantemente que las actuales
formas de comunicación nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la
búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los
últimos, a la tarea de construir el bien común».[112]
Conclusión
63. En el 75
aniversario de la promulgación de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (1948), el Papa Francisco reiteró que ese documento
«es como una vía maestra, sobre la que se han dado muchos pasos adelante, pero
faltan todavía tantos, y a veces, desafortunadamente, se vuelve atrás. ¡El
compromiso con los derechos humanos nunca se acaba! A este respecto, estoy
cerca de todos aquellos que, sin proclamas, en la vida concreta de cada día
luchan y pagan en persona por defender los derechos de los que no cuentan».[113]
64. Es en
este espíritu, con esta Declaración, en el que la Iglesia
exhorta ardientemente a que el respeto de la dignidad de la persona
humana, más allá de toda circunstancia, se sitúe en el centro del
compromiso por el bien común y de todo ordenamiento jurídico. En efecto, el
respeto de la dignidad de todos y de cada uno, es la base indispensable para la
existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y
no en la fuerza del poder. Es sobre la base del reconocimiento de la dignidad
humana como se sostienen los derechos humanos fundamentales, que preceden y
sustentan toda convivencia civilizada.[114]
65. Cada
persona individual y, al mismo tiempo, cada comunidad humana tiene, por tanto,
la tarea de la realización concreta y efectiva de la dignidad humana, mientras
que corresponde a los Estados no sólo protegerla, sino también garantizar las
condiciones necesarias para que florezca en la promoción integral de la persona
humana: «en la actividad política hay que recordar que “más allá de toda
apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra
entrega”».[115]
66. También
hoy, ante tantas violaciones de la dignidad humana, que amenazan gravemente el
futuro de la humanidad, la Iglesia no cesa de alentar la promoción de la
dignidad de toda persona humana, cualesquiera que sean sus cualidades físicas,
psíquicas, culturales, sociales y religiosas. Lo hace con esperanza, segura de
la fuerza que brota de Cristo resucitado, que ha llevado ya a su plenitud
definitiva la dignidad integral de todo varón y de toda mujer. Esta certeza se
convierte en un llamamiento en las palabras del Papa Francisco a cada uno de
nosotros: «a cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya
que nadie tiene derecho a quitarle».[116]
El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida al suscrito
Prefecto junto al Secretario para la Sección Doctrinal del Dicasterio para la
Doctrina de la Fe, el día de 25 marzo de 2024, ha aprobado la presente Declaración, decidida en la
Sesión Ordinaria de este Dicasterio con fecha 28 de febrero de 2024, y ha
ordenado su publicación.
Dado en
Roma, en la sede del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el 2 de abril de
2024, 19° aniversario de la muerte de san Juan Pablo II.
Víctor
Manuel Card. Fernández
Prefecto
Mons.
Armando Matteo
Secretario para la Sección Doctrinal
EX AUDIENTIA
DIE 25.03.2024
FRANCISCUS
_______________________
[1] S. Juan Pablo II, Ángelus con personas con discapacidad en la
Iglesia Catedral de Osnabrück (16 noviembre 1980): Insegnamenti
III/2 (1980), 1232.
[2] Francisco, Exhort. ap. Laudate Deum (4 octubre
2023), n. 39: L’Osservatore Romano (4 octubre 2023), III.
[3] En el 1948, las Naciones Unidas adoptaron la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que se compone de treinta artículos. La
palabra “dignidad” aparece cinco veces, en puntos estratégicos: en las primeras
palabras del Preámbulo y en la primera frase del Artículo
Primero. Esta dignidad viene declarada como «intrínseca […] a
todos los miembros de la familia humana» (Preámbulo) y «todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (Artículo 1).
[4] Atendiendo solo a la época moderna, se ve como la Iglesia ha
progresivamente acentuado la importancia de la dignidad humana. El tema fue
desarrollado especialmente en la Encíclica Rerum novarum (1891)
de Papa León XIII, en la Encíclica Quadragesimo anno (1931) de
Papa Pio XI y en el Discurso al Congreso de la Unión Católica Italiana
de Obstetras (1951) de Papa Pio XII. Después, el Concilio Vaticano II
ha profundizado de modo particular esta temática, dedicando un documento
completo al tema con la Declaración Dignitatis humanae (1965)
y discutiendo también sobre la libertad humana en la Constitución
pastoral Gaudium et spes (1965).
5] S. Pablo
VI, Audiencia general (4 septiembre 1968): Insegnamenti
VI (1968), 886.
[6] S. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (28 enero 1979), III.1-III.2: Insegnamenti II/1 (1979),
202-203.
[7] Benedicto XVI, Discurso a los participantes a la Asamblea
General de la Pontificia Academia para la Vida (13 febrero
2010): Insegnamenti VI/1 (2011), 218.
[8] Benedicto XVI, Discurso a los participantes
de la reunión del Banco del Desarrollo del Consejo de Europa, (12
junio 2010): Insegnamenti VI/1 (2011), 912-913.
[9] Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), n. 178: AAS 105 (2013), 1094, que cita a S.
Juan Pablo II, Ángelus con personas con discapacidad en la Iglesia Catedral
de Osnabrück (16 noviembre 1980): Insegnamenti III/2 (1980),
1232.
[10] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 8: AAS 112 (2020), 971.
[11] Ibídem, n. 277: AAS 112 (2020), 1069.
[12] Ibídem, n. 213: AAS 112 (2020), 1045.
[13] Ibídem, n. 213: AAS 112 (2020), 1045, que
cita Francisco, Mensaje a los participantes en la Conferencia
internacional “Los derechos humanos en el mundo contemporáneo: conquistas,
omisiones, negaciones” (10 diciembre 2018): L’Osservatore
Romano (10-11 diciembre 2018), 8.
[14] La Declaración del 1948 de las Naciones Unidas
fue desarrollada y posteriormente profundizada por el Pacto
internacional de las Naciones Unidas sobre los derechos civiles y
políticos del 1966 y del Acto final de la Conferencia sobre la
seguridad y la cooperación en Europa del 1975.
[15] Cf. Comisión Teológica Internacional, Dignidad y derechos
de la persona humana (1983), Introducción, 3. Un compendio de la
doctrina católica sobre la dignidad humana puede encontrarse en el Catecismo
de la Iglesia Católica, en el capítulo titulado “La dignidad de la
persona humana”, nn. 1700-1876.
[16] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 22: AAS 112 (2020), 976.
[17] Boecio, Contra Eutychen et Nestorium, c. 3: PL
64, 1344: «persona est rationalis naturae individua substantia». Cf. S.
Buenaventura, In I Sent., d. 25, a. 1, q. 2; S. Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, I, q. 29, a. 1, resp.
[18] Puesto que no es el propósito de esta Declaración elaborar
un tratado exhaustivo sobre la noción de dignidad, en aras de la brevedad sólo
se menciona aquí, a modo de ejemplo, la llamada cultura clásica griega y romana,
como punto de referencia de la reflexión filosófica y teológica de los primeros
cristianos.
[19] Cf. por ej. Cicerón De Officiis I, 105-106: «Sed
pertinet ad omnem officii quaestionem semper in promptu habere, quantum natura
hominis pecudibus reliquisque beluis antecedat […] Atque
etiam si considerare volumus, quae sit in natura excellentia et dignitas,
intellegemus, quam sit turpe diffluere luxuria et delicate ac molliter vivere
quamque honestum parce, continenter, severe, sobrie»; (Scriptorum Latinorum
Bibliotecha Oxoninsis, ed. M. Winterbottom, Oxford 1994, p.43). Esta es la
traducción española «incumbe al asunto entero del deber el tener siempre a la
vista cuánto aventaja la naturaleza humana a la del ganado y las restantes
bestias [...] Y también, si queremos considerar qué son la
excelencia y dignidad enraizadas por naturaleza, entenderemos qué burdo es
desgastarse en el vicio y vivir entre melindres y molicie, y qué honorable
hacerlo de modo frugal, sobrio, serio y austero» (Los Deberes, tr.
española I. J. García Pinilla, Biblioteca Clásica Gredos – 414, Madrid 2014).
[20] Cf. S. Pablo VI, Discurso en la Peregrinación a Tierra
Santa: Visita a la Basílica de la Anunciación en Nazaret (5 enero
1964): AAS 56 (1964), 166-170.
[21] Entre las innumerables referencias, cf. por ej. S. Clemente de
Roma, 1 Clem. 33, 4s: PG 1, 273; Teófilo de Antioquía, Ad Aut. I, 4: PG 6,
1029; S. Clemente de Alejandría, Strom. III, 42,5-6: PG 8,
1145; VI, 72, 2: PG 9, 293; S. Ireneo de Lyon, Adv. Haer. V, 6,1:
PG 7, 1137-1138; Orígenes, De princ. III, 6,1: PG 11, 333; S.
Agustín, De Gen. ad litt. VI, 12: PL 34, 348; De
Trin. XIV, 8, 11: PL 42, 1044 – 1405.
[22] S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 29, a.
3, resp.: «persona significat id, quod est perfectissimum in tota
natura, scilicet subsistens in rationali natura».
[23] Basta pensar en Giovanni Pico della Mirandola y su conocido
texto Oratio de hominis dignitate (1486).
[24] Para un pensador hebreo como E. Levinas (1906-1995), el ser humano
viene cualificado por su libertad en la medida en que se descubre infinitamente
responsable del otro ser humano.
[25] Algunos grandes pensadores cristianos del siglo XIX y XX, como S.
J.H. Newman, el beato A. Rosmini, J. Maritain, E. Mounier, K. Rahner, H.-U. von
Balthasar, y otros, han logrado proponer una visión del hombre que puede
dialogar válidamente con todas las corrientes de pensamiento de nuestro inicio
del siglo XXI, cualquiera que sea su inspiración, incluso postmoderna.
[26] Por este motivo, la «Declaración universal de los derechos del
hombre […] indica implícitamente que la fuente de los
derechos humanos inalienables se sitúa en la dignidad de toda persona humana»:
Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal:
nueva perspectiva sobre la ley natural (2009), n. 115.
[27] Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et
Spes (7 diciembre 1965), n. 26: AAS 58
(1966), 1046; todo el primer capítulo de la primera parte de la Constitución
(nn. 11-22) viene dedicado a la “Dignidad de la persona humana”.
[28] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declar. Dignitatis
Humanae (7 diciembre 1965), n. 1: AAS 58
(1966), 929.
[29] Ibídem, n. 2: AAS 58 (1966),
931.
[30] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Dignitas
personae (8 septiembre 2008), n. 7: AAS 100 (2008),
863. Cf. también S. Ireneo de Lyon, Adv. Haer. V, 16, 2: PG 7,
1167-1168.
[31] Puesto que «el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto
modo, con todo hombre.» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium
et spes (7 diciembre 1965), n. 22: AAS 58 (1966),
1042), la dignidad de todo hombre nos viene revelada en su plenitud por Cristo.
[32] Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et
spes (7 diciembre 1965), n. 19: AAS 58
(1966), 1038.
[33] S. Juan Pablo II, Cart. enc. Evangelium vitae (25
marzo 1995), n. 38: AAS 87 (1995), 443, que cita
S. Ireneo de Lyon, Adv. Haer. IV, 20,7: PG 7, 1037-1038.
[34] De hecho, Cristo dio a los bautizados una nueva dignidad, la de
“hijos de Dios”: cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn.
1213, 1265, 1270, 1279.
[35] Concilio Ecuménico Vaticano. II, Declar. Dignitatis
humanae (7 diciembre 1965), n. 9: AAS 58 (1966), 935.
[36] Cf. S. Ireneo de Lyon, Adv. Haer. V, 6, 1. V, 8, 1. V,
16, 2: PG 7, 1136-1138. 1141-1142. 1167-1168; S. Juan Damasceno, De
fide orth. 2, 12: PG 94, 917-930.
[37] Benedicto XVI, Discurso en Westminster Hall (17
septiembre 2010): Insegnamenti VI/2 (2011), 240.
[38] Francisco, Audiencia general (12 agosto
2020): L’Osservatore Romano (13 agosto 2020), 8, que cita S.
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones
Unidas (2 octubre1979), 7 y 2 e e Id., Discurso a la Asamblea
General de las Naciones Unidas (5 octubre1995), 2.
[39] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Dignitas
personae (8 septiembre 2008), n. 8: AAS 100 (2008),
863-864.
[40] Comisión Teológica Internacional, La libertad religiosa
para el bien de todos (2019), n. 38.
[41] Cf. Francisco, Discurso a los Miembros del Cuerpo
Diplomático acreditado ante la Santa Sede para la presentación de las
felicitaciones por el Año Nuevo (8 enero 2024): L’Osservatore
Romano (8 enero 2024), 3.
[42] Cf. S. Juan Pablo II, Cart. enc. Evangelium vitae (25
marzo 1995), n. 19: AAS 87 (1995), 422.
[43] Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), n. 69: AAS 107 (2015), 875, que cita
el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 339.
[44] Francisco, Exhort. ap. Laudate Deum (4 octubre
2023), n. 67: L’Osservatore Romano (4 octubre 2023), IV.
[45] Ibídem, n. 63: L’Osservatore Romano (4
octubre 2023), IV.
[46] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1730.
[47] Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la 44a Jornada
mundial por la Paz (1 enero 2011), n. 3 Insegnamenti VI/2 (2011),
979.
[48] Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina social de la Iglesia, n. 137.
[49] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 109: AAS 112 (2020), 1006.
[50] Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina social de la Iglesia, n. 137.
[51] Francisco, Discurso a los participantes al Encuentro
mundial de movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106
(2014), 858.
[52] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 107: AAS 112 (2020), 1005-1006.
[53] Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et
spes (7 diciembre 1965), n. 27: AAS 58 (1966), 1047.
[54] Ibídem.
[55] Ibídem.
[56] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2267 y
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos sobre la
nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena
de muerte (1 agosto 2018), nn. 7-8.
[57] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 269: AAS 112 (2020), 1065.
[58] S. Juan Pablo II, Cart. enc. Sollicitudo rei
socialis (30 diciembre 1987), n. 28: AAS 80 (1988),
549.
[59] Benedicto XVI, Carta. enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), n. 22: AAS 101 (2009), 657, que cita S. Pablo VI,
Cart. enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), n. 9: AAS 59
(1967), 261-262.
[60] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 21: AAS 112 (2020), 976, que cita Benedetto XVI,
Cart. enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 22: AAS 101
(2009), 657.
[61] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 20: AAS 112 (2020), 975-976. Cf. también la “Oración
al Creador” al final de la misma Encíclica.
[62] Ibídem, n. 116: AAS 112 (2020), 1009, que
cita Francisco, Discurso a los participantes al Encuentro mundial de
movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106
(2014), 851-852.
[63] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 162: AAS 112 (2020), 1025, que cita Francisco, Discurso
a los miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12
enero 2015): AAS 107 (2015), 265.
[64] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 25: AAS 112 (2020), 978, que cita Francisco, Mensaje
en la 49ª Jornada mundial por la Paz (1 enero 2016): AAS 108
(2016), 49.
[65] Francisco, Mensaje a los participantes a la VI Edición del
“Fórum de Paris sobre la Paz” (10 noviembre 2023): L’Osservatore
Romano (10 noviembre 2023), 7, que cita Id., Audiencia general (23
marzo 2022): L’Osservatore Romano (23 marzo 2022), 3.
[66] Francisco, Discurso a la Conferencia de las Partes en la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP
28) (2 diciembre 2023): L’Osservatore Romano (2
diciembre 2023), 2.
[67] Cf. S. Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas (4
octubre 1965): AAS 57 (1965), 881.
[68] S. Juan Pablo II, Cart. enc. Redemptor hominis (4
marzo 1979), n. 16: AAS 71 (1979), 295.
[69] Francisco Cart. enc. Fratelli tutti (3
octubre2020), n. 258: AAS 112 (2020), 1061.
[70] Francisco, Discurso al Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas (14 junio 2023): L’Osservatore Romano (15
junio 2023), 8.
[71] Francisco, Discurso en la Jornada mundial de Oración por
la Paz (20 septiembre 2016): L’Osservatore Romano (22
septiembre 2016), 5.
[72] Cf. Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3
octubre 2020), n. 38: AAS 112 (2020), 983: «Por consiguiente,
también, “hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las
condiciones para permanecer en la propia tierra”», que cita Benedicto
XVI, Mensaje por la 99ª Jornada mundial del Emigrante y del
Refugiado (12 octubre 2012): AAS 104 (2012), 908.
[73] Cf. Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3
octubre 2020), n. 38: AAS 112 (2020), 982-983.
[74] Ibídem, n. 39: AAS 112 (2020), 983.
[75] Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), n. 62: AAS 101 (2009), 697.
[76] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 39: AAS 112 (2020), 983.
[77] Puede ser útil aquí recordar la declaración de Pablo III sobre la
dignidad de los hombres que se encuentran en las tierras del “Nuevo Mundo” en
la Bulla Pastorale officium (29 mayo1537), donde establece –
bajo pena de excomunión – que los habitantes de aquellos territorios, «incluso
si se encuentran fuera del seno de la Iglesia no estén privados […] de
su libertad o del dominio sobre sus bienes, puesto que son hombres y por eso
capaces de fe y salvación» [«licet extra gremium Eccelesiae existant, non tamen
sua libertate, aut rerum suarum dominio […] privandos
esse, et cum homines, ideoque fidei et salutis capaces sint»]: DH 1495.
[78] Francisco, Discurso a los participantes a la
Plenaria del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Emigrantes y los
Itinerantes (24 mayo 2013): AAS 105 (2013), 470-471.
[79] Francisco, Discurso a la Organización de las Naciones
Unidas (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1039.
[80] Francisco, Discurso a un grupo de Embajadores
con ocasión de la presentación de las Cartas Credenciales (12
diciembre 2013): L’Osservatore Romano (13 diciembre 2013), 8.
[81] Francisco, Discurso a los participantes en la
Conferencia internacional sobre la trata de personas (11 abril
2019): AAS 111 (2019), 700.
[82] Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, (27 octubre 2018), n. 29.
[83] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 23: AAS 112 (2020), 977, que cita Id., Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), n. 212: AAS 105
(2013), 1108.
[84] S. Juan Pablo II, Carta a las mujeres (29 junio
1995), n. 4: Insegnamenti XVIII/1 (1997), 1874.
[85] Ibídem, n. 5: Insegnamenti XVIII/1 (1997),
1875.
[86] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1645.
[87] Francisco, Discurso con ocasión de la Celebración Mariana
– Virgen De La Puerta (20 enero 2018): AAS 110
(2018), 329.
[88] Francisco, Discurso a los participantes
en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (21
enero 2022): L’Osservatore Romano (21 enero 2022), 8.
[89] S. Juan Pablo II, Cart. enc. Evangelium vitae (25
marzo 1995), 58: AAS 87 (1995), 466-467. Sobre el tema del
respeto debido a los embriones humanos, se vea tema del respeto debido a los
embriones humanos, Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Donum
vitae (22 febrero 1987): «La praxis de mantener en vida embriones
humanos, in vivo o in vitro, para fines experimentales o comerciales, es
completamente contraria a la dignidad humana» (I, 4): AAS 80
(1988), 82
[90] Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 213: AAS 105 (2013), 1108.
[91] Ibídem.
[92] Francisco, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático
acreditado ante la Santa Sede para la presentación de las felicitaciones por el
Año Nuevo (8 enero 2024): L’Osservatore Romano (8
enero 2024), 3.
[93] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Dignitas
Personae (8 septiembre 2008), n. 16: AAS 100 (2008),
868-869. A todos estos aspectos se refiere precisamente la Instrucción de la
entonces Congregación para la Doctrina de la Fe titulada Donum vitae (22
febrero 1987): AAS 80 (1988), 71-102.
[94] Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart. Samaritanus
bonus (14 julio 2020), V, n. 4: AAS 112 (2020), 925.
[95] Cf. Ibídem, V, n.1: AAS 112 (2020),
919.
[96] Francisco, Audiencia general (9 febrero
2022): L’Osservatore Romano (9 febrero 2022), 3.
[97] Cf. sobre todo, Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3
octubre 2020), nn. 18-21: AAS 112 (2020), 975-976: “El
descarte mundial”. El n. 188 de la misma Encíclica llega a identificar una
“cultura del descarte”.
[98] Cf. Francisco, Discurso a los participantes al Congreso
promovido por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva
Evangelización (21 octubre 2017): L’Osservatore Romano (22
octubre 2017), 8: «La vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser humano».
[99] Cf. Francisco, Mensaje para el Día internacional de las
personas con discapacidad (3 diciembre 2020): AAS 112
(2020), 1185-1186.
[100] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), nn. 187-188: AAS 112 (2020), 1035-1036, que cita
Id., Discurso al Parlamento Europeo, Strasburgo (25 noviembre
2014): AAS 106 (2014), 999, e Id., Discurso a la clase
dirigente y al Cuerpo diplomático, Bangui – República Centroafricana (29
noviembre 2015): AAS 107 (2015) 1320.
[101] Francisco, Exhort. ap. Amoris laetitia (19 marzo
2016), n. 250: AAS 108 (2016), 412-413, que cita el Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 2358.
[102] Francisco, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático
acreditado ante la Santa Sede para la presentación de felicitaciones por el Año
Nuevo (8 enero 2024): L’Osservatore Romano (8 enero
2024), 3.
[103] Francisco, Exhort. ap. Amoris laetitia (19 marzo
2016), n. 56: AAS 108 (2016), 334.
[104] Ibídem, que cita XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, Relatio finalis (24 octubre 2015), 58.
[105] Francisco, Exhort. ap. Amoris laetitia (19
marzo 2016), n. 286: AAS 108 (2016), 425.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 364.
[107] Esto vale también para el respeto debido a los cuerpos de los
difuntos; cf. por ej., Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Ad
resurgendum cum Christo (15 agosto 2016), n. 3: AAS 108
(2016), 1290: «Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia
confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta
dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el
cuerpo comparte la historia». De modo más completo, cf. también, Comisión
Teológica Internacional Algunas cuestiones actuales de
escatología (1990), n. 5: “El hombre llamado a la resurrección”.
[108] Cf. Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 maggio
2015), n. 155: AAS 107 (2015), 909.
[109] Francisco, Exhort. ap. Amoris laetitia (19
marzo 2016), n. 56: AAS 108 (2016), 344.
[110] Francisco, Exhort. ap. Christus vivit (25 marzo
2019), n. 88: AAS 111 (2019), 413, que cita el Documento
Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (27
octubre 2018), n. 23.
[111] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3
octubre 2020), n. 42: AAS 112 (2020), 984.
[112] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 205: AAS 112 (2020), 1042, que cita Id., Mensaje
para la XLVIII Jornada mundial de las Comunicaciones
Sociales (24 enero 2014): AAS 106 (2014), 113.
[113] Francisco, Ángelus (10 diciembre 2023): L’Osservatore
Romano (11 diciembre 2023), 12.
[114] Cf. Comisión Teológica Internacional, Dignidad y derechos
de la persona humana (1983), n. 2.
[115] Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti (3 octubre
2020), n. 195: AAS 112 (2020), 1038, che cita Id., Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), n. 274: AAS 105
(2013), 1130.
[116] Francisco, Cart. enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
n. 205: AAS 107 (2015), 928.
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