Aunque sea una obra algo técnica, todos los capítulos del siguiente libro arrojan la misma conclusión: el capital y su rendimiento crecen desmesuradamente por su cuenta, más de lo que crece la economía. Eso tiene unas graves consecuencias, no solo económicas, sino humanas: ese capitalismo es lo más opuesto a la igualdad entre los humanos, produce desigualdades cada vez mayores, como ya avisó Keynes. Ahora bien: la igualdad había sido el objetivo de los economistas más clásicos y, en ella, tropezamos con una palabra profundamente teológica, condensación de lo que la revelación de Dios dice sobre los hombres: hijos de un mismo Padre, hermanados todos en Cristo, hermanos y, por tanto, iguales entre ellos. Economía y teología dejan de ser entonces disciplinas ajenas y se encuentran en la búsqueda de la mayor igualdad posible entre los hijos de Dios. La economía deja de ser una ciencia matemática para convertirse en una ciencia humana, compañera de todas las ciencias humanas.Temas como el dinero, los impuestos, los pobres, ya no son meramente éticos para convertirse en teológicos, como ya afirmó Benedicto XVI en la Asamblea de Aparecida (Brasil): porque, citando a Péguy, «lo sobrenatural es también carnal». Y como teológicos, son también temas antropológicos que reclaman una verdadera noción del concepto de persona, el cual (como anunciara E. Mounier) no incluye solo la dimensión individual sino también la comunitaria, que debería desplegarse a lo largo de toda la historia humana